Según una investigación estadounidense llevada a cabo por economistas y expertos en agroindustria de la Universidad de Colby, la Universidad de Minnesota y la Universidad Politécnica Estatal de California (Estados Unidos), se exageran las cifras sobre el desperdicio alimentario en el mundo. Los expertos consideran que existe una escasez de evidencias empíricas creíbles en cuanto a cantidades, costes y causas de los desperdicios alimentarios, aseguran que la mayor parte de esa corriente de evidencias de las que se habla hoy en día proceden de la literatura gris que aparece en los denominados libros blancos o documentos de organizaciones que pretenden ayudar a comprender el problema.
Los investigadores citan los datos sobre el desperdicio alimentario proporcionados por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), esta organización realizó un estudio en el que se concluía que entre un tercio y un cuarto de los alimentos que se producen en el mundo, se desperdician. A partir de estos datos desarrollaron un marco simple para pensar de forma sistemática acerca de los residuos alimentarios en base al ciclo de la vida útil de los alimentos. Según sus conclusiones, los datos sobre la cantidad de residuos y su valor económico son incompatibles, asegurando que se tiende a exagerar el problema.
Los expertos consideran que esta exageración podría tener graves consecuencias para la política pública, aseguran que su sistema permite documentar los puntos en los que hay que intervenir con políticas adecuadas para poder reducir los residuos alimentarios. Se puede decir que es un estudio que va contra corriente y contra todos los estudios que han señalado varias de las causas del despilfarro alimentario, el coste económico derivado, los problemas que ocasionan estas pérdidas, etc.
Los economistas aseguran que las definiciones de los desperdicios alimentarios que utilizan diferentes agencias, como la Agencia de Protección Ambiental (EPA), el Servicio de Investigación Económica del Departamento de Agricultura (USDA ERS), Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y departamentos y proyectos de la Unión Europea sobre el desperdicio, difieren dramáticamente, por lo que es imposible cuantificar con precisión los residuos de alimentos.
Explican que en algunos casos las definiciones sólo aluden a los productos nutritivos y comestibles para los seres humanos, aunque lo que las personas definen como comestible varía dependiendo de cada cultura. En otros casos sólo se tienen en cuenta los alimentos disponibles después de cada recolección, obviando los alimentos que se quedaron en el campo sin recolectar porque no eran del tamaño adecuado y no se enmarcaban en los estándares de mercado, los alimentos que se han perdido por una enfermedad o una plaga, por un control climático inadecuado, etc. Comentan que se consideran desperdicios alimentarios productos que terminan siendo consumidos por los animales o que se utilizan como fertilizantes o combustible, por lo que en realidad no es comida desperdiciada.
También explican que la mayoría de definiciones que aluden a los costes se asocian a los precios de venta al por menor, pero en realidad el valor varía en función de donde se desperdicia el alimento, es decir, es necesaria una discriminación de cada eslabón de la cadena alimentaria. Consideran que es muy importante trabajar con cifras precisas a fin de poder formular políticas que sean efectivas contra el desperdicio de alimentos, y aseguran que el estudio proporciona una definición precisa de los residuos de alimentos, centrada en la comida que realmente se desperdicia, en vez de utilizar cifras sobre la comida que simplemente se elimina de la cadena de suministro. Añaden que proporcionan un modo sistemático de pensar en el coste de los residuos alimentarios, que, igual que con el uso del valor añadido en el cálculo del producto nacional bruto de una economía, permite resolver el problema de la sobrevaloración de alimentos desperdiciados debido a una doble contabilidad.
En definitiva, intentan abordar estas deficiencias que consideran que han detectado mediante la racionalización de la definición de residuos alimentarios, a fin de incluir todos los alimentos producidos que se desperdician o no se utilizan de algún modo. Posteriormente valoran los alimentos desechados dependiendo de cada eslabón de la cadena de suministro para poder tener una imagen más clara y precisa de su verdadero valor y el coste que representa para la sociedad.
Consideran que es necesario que se tenga presente la cantidad de alimentos que son desviados para otros usos, la cantidad de comida que se recupera y la verdadera proporción de alimentos que se desechan. Plantean cómo deberían abordar los políticos cada variable dependiente, en parte, de una economía global, por ejemplo, en los países en vías de desarrollo los residuos alimentarios contribuyen a la inseguridad alimentaria, son desperdicios que se producen sobre todo en cada etapa de la producción, la transformación y la distribución de los productos, siempre antes de la compra que puedan realizar los consumidores, esto sugiere que se deben realizar intervenciones políticas específicas.
En cambio, en los países desarrollados, la mayor parte del desperdicio alimentario se produce después de que los alimentos hayan sido distribuidos a los minoristas y puestos a la venta a los consumidores, en este caso las recomendaciones son muy distintas y requieren otro tipo de políticas e intervenciones. Es posible, ya que no cuentan con los sistemas de conservación oportunos, una logística adecuada para la distribución, etc. No estamos de acuerdo en algunos puntos, podemos citar como ejemplo la producción del tomate, desde que se produce el fruto y hasta que llega al mayorista se desperdicia una gran parte de la cosecha, debido a las continuas selecciones desechando lo que no cumple con los estándares de mercado, esto ocurre con la mayoría de alimentos que se comercializan en los países desarrollados.
Los alimentos que se producen para los seres humanos y no son consumidos por ellos se destinan a la elaboración de piensos o fertilizantes, sea porque se han descartado por esos estándares de mercado, o porque se pretende evitar que el exceso de producción provoque la caída de los precios entre otros motivos. De acuerdo que quizá no se desperdician, pero no cumplen su objetivo, por lo que no contribuyen en la mejora de la seguridad alimentaria y sí en el incremento del hambre.
En algunos aspectos pueden tener razón, por ejemplo, en el baile de cifras dependiendo del departamento u organización que evalúe el problema, eso lo podéis ver en una tabla que aparece en el estudio. Pero ello no debe ser asociado a la consideración de que se exageran las cifras sobre el desperdicio alimentario, lo cierto es que faltan datos a tener en cuenta y quizá el desperdicio alimentario sea mayor del que se calcula actualmente. En fin, os recomendamos leer este interesante estudio a través de este artículo publicado en American Journal of Agricultural Economics y sacar vuestras propias conclusiones.
Foto 1 | Steven Lilley
Foto 3 | James Bowe