Hoy conocemos una denuncia realizada por la organización de consumidores Foodwatch en la que se acusa a las grandes compañías alimentarias del aumento de la obesidad en los países en vías de desarrollo. Según esta organización, compañías como Nestlé o Coca Cola, entre otras, se presentan como benefactoras con la finalidad de reducir la pobreza, mejorar la nutrición y la salud, pero lo cierto es que en los países en vías de desarrollo impulsan productos alimenticios poco saludables, desplazan las dietas tradicionales y como consecuencia, aumenta rápidamente el índice de obesidad y de otras enfermedades asociadas como, por ejemplo, la diabetes tipo 2.
Thilo Bode, director general de Foodwatch International, hace hincapié en esta cuestión, asegurando que los productos que comercializan estas compañías engordan y enferman a millones de personas, lo que supone un enorme coste social. Como ya hemos comentado en otras ocasiones, estas empresas adaptan su modo de actuar al país y a las regulaciones que en él imperen. Saben que el exceso de azúcar es perjudicial y lo reducen en los productos que comercializan en los países industrializados, tanto por las regulaciones como por las denuncias sociales, en cambio, mantienen la cantidad en los países en vías de desarrollo e influyen en sus políticas para evitar que se puedan llevar a cabo regulaciones que les puedan perjudicar.
Foodwatch denuncia que las compañías realizan alianzas de lobbies, grupos empresariales de presión que están formados por empresas que tienen intereses comunes y llevan a cabo acciones específicas para influir en las agencias reguladoras, ponen en marcha campañas de marketing agresivas en los países en vías de desarrollo para comercializar alimentos altamente procesados que poco a poco provocan el abandono de las dietas tradicionales. Como consecuencia de ello, aparecen problemas como las enfermedades asociadas a una mala alimentación, la mala nutrición, etc.
Recordemos que a finales del año 2015, una investigación desarrollada por expertos de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Carolina del Norte (Estados Unidos), determinaba que la presencia de bebidas y alimentos con azúcares añadidos crecía a gran velocidad en países en vías de desarrollo, apuntando como razones la falta de regulaciones gubernamentales, la falta de información y el poco interés de la industria alimentaria por aplicar en los países en vías de desarrollo las mismas medidas que aplica en los países industrializados, básicamente la reducción del contenido en azúcares añadidos, grasas y sal.
Es práctica habitual que las grandes compañías varíen el contenido de determinados ingredientes de sus productos dependiendo del país de venta, se puede citar como ejemplo la denuncia realizada en 2014 por WASH (World Action on Salt and Health), apuntando que existen grandes diferencias en el contenido de sal de algunos alimentos como comentábamos, según el país en el que se comercializan. Otro ejemplo lo encontramos con la variación del contenido de azúcar en los refrescos, algo que denunciaba la organización Action on Sugar (AoS), tras haber realizado un estudio sobre el tema. De este estudio se puede citar como ejemplo la diferencia en el contenido de azúcar en una lata de Sprite, en Australia la bebida contiene 19 gramos, en cambio, en Tailandia la cantidad se incrementa hasta los 47 gramos de azúcar.
Foodwatch habla del libro Die Diktatur der Konzerne (La dictadura de las corporaciones), en el que se advierte que las grandes compañías dañan y destruyen la democracia, dado que los mercados desarrollados están saturados. Estas compañías se abrirán paso a la fuerza en los mercados de los países en vías de desarrollo, donde obtendrán grandes beneficios con los alimentos poco saludables con consecuencias nefastas para la población, un incremento significativo de las enfermedades y de los costes sanitarios para su tratamiento, gastos que, obviamente, correrán a cargo de los gobiernos. Se apunta que el poder de las corporaciones es tan grande, que gobiernos y parlamentarios son reacios a interferir en sus actividades con regulaciones.
En el artículo de la organización de consumidores muestran ejemplos que ilustran los métodos por los cuales las grandes compañías alimentarias obtienen cuantiosos ingresos en los países en vías de desarrollo y emergentes, a costa de la salud de los consumidores. En Brasil, Nestlé intentaba introducir sus productos altamente procesados en la cesta de la compra de personas con bajos ingresos que habitan en regiones remotas, para ello, durante años utilizó un barco que recorrió unos 1.000 kilómetros a lo largo del río Amazonas comercializando sus productos. En la actualidad, unas 7.000 mujeres venden puerta a puerta, en los barrios más pobres, productos de la compañía que son poco saludables, mientras, se mantienen contactos políticos a fin de prevenir iniciativas políticas que protejan la salud de los habitantes.
Otro ejemplo que se cita también de este país hace referencia al intento del gobierno de restringir la publicidad de productos poco saludables dirigidos a la infancia, así como la creación de un etiquetado alimentario más transparente. Ambas iniciativas terminaron fracasando debido a la presión de las grandes compañías alimentarias, algo lamentable teniendo en cuenta que la proporción de personas adultas obesas en Brasil se ha cuadruplicado desde 1980, y el número de niños obesos en el mismo periodo se ha quintuplicado.
En Malasia, la venta de alimentos procesados ha crecido más de un 100% en los últimos cinco años, no es extraño que en este país del continente asiático, más de la mitad de la población sufra sobrepeso u obesidad. Las grandes compañías tienen bajo control la ciencia alimentaria, se han realizado estudios supuestamente científicos que han sido financiados por Nestlé, Kellogg’s y PepsiCo, siendo revisados y aprobados por empleados corporativos antes de la publicación. Esto no es algo que sorprenda, recordemos que la industria alimentaria ha manipulado las investigaciones científicas desde hace décadas, conclusión a la que llegaron en este estudio expertos de la Universidad de California (Estados Unidos).
Las estrategias de las corporaciones alimentarias se extienden hasta otros sectores económicos, la banca, las compañías energéticas, las compañías de internet, etc., con muchos objetivos. Han introducido sus productos poco saludables, han evitado el pago de impuestos, no les ha importado desperdiciar los recursos naturales y dañar el medioambiente, violar los derechos humanos, etc. ¿Servirá de algo la denuncia realizada por Foodwatch? Quizá no logre que se produzcan cambios en el actual engranaje, pero sí servirá para concienciar a algunos consumidores sobre una cruda realidad. Podéis conocer todos los detalles de la denuncia a través de este artículo publicado en la página web de la organización de consumidores.
Foto 1 | Tim Green