La Agencia Nacional de Seguridad Alimentaria francesa (ANSES) ha realizado una revisión de la seguridad de los insectos comestibles, tanto para la salud humana como animal, llegando a la conclusión de que hay muy pocos datos científicos y existe mucho desconocimiento sobre el tema. Es necesario realizar investigaciones sobre el impacto ambiental de la producción de insectos en relación a otras fuentes de proteínas, el valor nutricional que aporta cada especie de insecto comestible y los derivados alimentarios que se obtienen, etc. ANSES ha realizado un inventario de conocimientos científicos sobre los riesgos por el consumo de insectos y tras los resultados obtenidos, considera que es necesario definir qué especies pueden ser consumidas así como un plan de trabajo específico de las condiciones y formas de producción de los insectos y alimentos derivados.
A pesar de que la FAO se ha pronunciado a favor del desarrollo de la producción de insectos como una de las actuaciones clave para poder satisfacer las necesidades proteínicas de la población de los próximos años, y que algunos países como Bélgica o los Países Bajos ya contemplan en su legislación nacional el permiso para la introducción de estos nuevos alimentos sin la previa aprobación de la Comunidad Europea, es necesario imponer el principio de precaución y conocer más datos sobre este tema antes de lanzarse a la producción, elaboración y venta de alimentos elaborados con proteínas de insectos para la alimentación humana.
Para la FAO el hecho de que 2.500 millones de personas en todo el mundo ya consuman insectos, parece ser motivo para dar vía libre a la introducción en los países desarrollados de esta nueva proteína, pero existen muchos puntos a tener en cuenta y es necesario realizar todo tipo de evaluaciones oficiales sobre el mundo de los insectos comestibles. ANSES solicita pautas científicas en base a la crianza y sus condiciones, así como estudios sobre el bienestar animal, tema del que no se ha hablado adecuadamente en relación a los insectos, considera prioritario también centrar la atención especialmente en los posibles riesgos para la salud humana o animal y cómo se pueden evitar.
Sobre los peligros, se puede citar por ejemplo el uso de productos químicos durante la producción, algo habitual en la producción de animales para la alimentación, como por ejemplo los medicamentos o plaguicidas de contención que se pueden utilizar, tener en cuenta los parásitos que pueden tener los insectos, las picaduras o los virus, bacterias, hongos y toxinas que pueden transmitir, los tipos de alergias que pueden causar y que pueden ser un riesgo tanto para consumidores como para productores, algo que obligaría a desarrollar un plan de trabajo específico de prevención de alergias. Otro tema que hay que tratar es la conservación de los productos alimenticios elaborados a partir de proteínas de insectos, son los mismos problemas que pueden tener otros productos alimentarios.
Para ANSES el tema de los insectos con fines alimentarios es un cajón desastre, como ya hemos comprobado faltan muchos estudios de carácter oficial por desarrollar, esta agencia manifiesta que ha elaborado esta revisión a partir del creciente interés en Europa por el consumo de insectos durante el último año. Como hemos explicado, algunos países se han lanzado a la aprobación de este nuevo alimento sin haber tenido en cuenta los puntos sobre seguridad y prevención antes citados, quizá es un grave error.
Merece la pena destacar una iniciativa similar a la que solicita ANSES, recordemos que la Agencia Federal para la Seguridad de la Cadena Alimentaria de Bélgica creó una guía sobre la seguridad alimentaria de los insectos comestibles con información de interés para consumidores y productores, qué especies de insectos se pueden utilizar como alimento, cuáles son peligrosas, cómo deben ser las condiciones para la producción controlada, qué medidas de seguridad se deben adoptar, etc. Pero es necesario establecer una guía consensuada a nivel europeo.
Hasta el momento tenemos constancia de algunas investigaciones como la de mostrar el valor de las proteínas que ofrecen los insectos o sus cualidades organolépticas, pero parecen ser estudios destinados a convencer a la población obviando las cuestiones antes citadas. Quizá el estudio más relevante que responde a algunos de los puntos citados por ANSES es el proyecto financiado por la Unión Europea denominado PROteINSECT, estudio cuya finalidad es introducir los insectos en la alimentación animal.
ANSES explica en este informe (Pdf) que trata sobre el inventario del conocimiento científico sobre los riesgos de salud relacionados con el consumo de insectos, que actualmente se consumen 2.086 especies de insectos por 3.071 grupos étnicos pertenecientes a 130 países, especialmente en África, Asia, Australia y América del Sur, insectos que son producidos o recolectados tradicionalmente en la población rural, ya que se trata de una abundante fuente de proteínas muy económica. Pero se puede deducir que no se puede comparar el tipo de producción o recolección mencionado con una escala a nivel industrial. También comenta qué tipos de insectos son los más consumidos, larvas o adultos de ortópteros como los grillos, las langostas o los saltamontes, se consumen larvas de himenópteros como hormigas, avispas u abejas, larvas de escarabajos o las orugas y las pupas de lepidópteros como las mariposas.
En definitiva, no hay que dejarse llevar por los datos de terceros países o por la alegría de introducir una nueva fuente proteínica como unas solución para garantizar el suministro de alimentos en las próximas décadas, investigar y reglamentar todos los puntos relacionados con el mundo de los insectos en la alimentación humana o animal es fundamental.
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