Según Graham MacGregor, profesor de medicina cardiovascular en el Instituto Wolfson de Medicina Preventiva, miembro del consejo de la Liga Mundial de Hipertensión y Presidente de la Sociedad Británica de Hipertensión, reformular los alimentos para que sean más saludables es mucho más efectivo que poner en práctica políticas informativas y educativas orientadas a los consumidores para que mejoren su alimentación. Para este profesor lo mejor es que la industria alimentaria mejore la calidad de sus alimentos sin tener que explicar nada a los consumidores.
Cita como ejemplo la sal presente en los copos de maíz de la marca Kellogg’s, durante los últimos diez años el contenido en sal de este producto se ha reducido en un 50% y los consumidores no lo han notado. Otro ejemplo que podríamos citar es la política de la reducción de sal en el pan, las estrategias que se han seguido para reducir gradualmente la sal contenida en el pan han sido todo un éxito. El experto explica que los consumidores prefieren seguir comprando los mismos productos alimenticios, pedirles que cambien sus hábitos y la dieta que siguen resulta poco efectivo, por tanto la opción más coherente es reformular los alimentos para hacerlos más saludables.
Para el experto la mejor estrategia de salud la debe llevar a cabo la industria alimentaria, de hecho, afirma que no pueden seguir ofreciendo alimentos cuyo consumo provoca problemas de salud a largo plazo, tampoco deben seguir utilizando esas estrategias en las que alaban las propiedades saludables de determinados alimentos sin ser verdad. Cambiar los alimentos que se ofrecen a los consumidores podría ser la principal estrategia a seguir para mejorar la calidad de vida y la salud de la población, menos azúcar, menos sal, reducir el contenido de grasas saturadas, etc. No habría que invertir en estrategias para que los consumidores cambiaran de dieta y esto beneficiaría a estas empresas.
Pero dejar que sean las compañías alimentarias quienes reformulen sus productos de forma voluntaria tampoco funciona, por tanto propone la creación de una agencia independiente que supervisara la composición de los alimentos que se comercializan en el mercado, obligando a la industria en aquellos casos que sea necesario, a cambiar las formulaciones para que sean más saludables. El profesor menciona como ejemplo las políticas voluntarias en esta materia en el Reino Unido, no han logrado tener un efecto positivo en la reducción de la ingesta de calorías, sal, azúcar, etc. Muchas empresas han reducido algo el contenido en azúcar, pero sigue siendo insuficiente y no llegan a cumplir las recomendaciones de la OMS sobre la ingesta diaria de azúcar.
El profesor considera que no hay ninguna razón que impida ofrecer alimentos sin las actuales cantidades de grasas saturadas, azúcar o sal que contienen, y no se puede considerar que esta política de actuación no sea rentable, sólo es necesario realizar un cambio gradual tal y como se ha realizado en el pan u otros alimentos. Pero para ello es necesaria la implicación de los Gobiernos, que trabajen en colaboración con la industria alimentaria para alcanzar ese objetivo. Reino Unido ha llevado desde hace años una política de reducción de sal como parte de un programa puesto en marcha por la FSA (Food Standards Agency, Agencia de Normas Alimentarias), programa que ha funcionado gracias a la implicación de esta agencia y a la creación de una normativa que obligaba a ello.
Pues lo mismo se puede realizar con el resto de ingredientes que no son beneficiosos para la salud, un cambio de formulación a largo plazo haría que los consumidores se acostumbraran, comprarían los mismos productos alimenticios pero serían más saludables. Aquí podemos leer que el impacto sería significativo, por ejemplo, si se habla de la política de reducción del contenido en sal, el impacto se traduce en la reducción de los accidentes cardiovasculares en un 22% y una reducción de los ataques cardíacos en un 16%, lo que representa salvar la vida de 17.000 personas.
Lo cierto es que se pueden mencionar otras políticas que han demostrado ser eficaces, como la subvención de los alimentos considerados saludables, al ser más económicos, se logra aumentar su consumo y no es necesario decir a los consumidores que compren estos productos. En este sentido, podemos poner como ejemplo este estudio en el que se concluía que los descuentos en alimentos saludables mejoran la dieta, y es que el ahorro económico es una buena estrategia a seguir si se pretende cambiar la dieta de la población.
Evidentemente el profesor se ha centrado únicamente en los alimentos que ofrece la industria alimentaria y recomienda reformular los alimentos para que sean más saludables como una de las estrategias que se deben seguir para mejorar la salud de la población. No se puede permitir que se sigan comercializando alimentos que terminan pasando factura a la salud y la implicación de agencias y Gobiernos es prioritaria si se pretende reducir la incidencia del sobrepeso y la obesidad, así como las demás enfermedades asociadas a los abusos de sal, azúcar o grasas saturadas entre otros.
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