Una investigación conjunta realizada por expertos de la Universidad de Columbia, la Universidad de California y la Universidad Politécnica de Milán, concluye que si se procediera a redistribuir los cultivos del mundo se podría aumentar la producción alimentaria y a la vez se reduciría de forma significativa el estrés hídrico, problema que año tras año se agrava como consecuencia del cambio climático.
La población mundial crece año tras año, por lo que se espera que en las próximas décadas la demanda de productos agrícolas aumentará sustancialmente. Por otro lado, el estrés hídrico se agravará al ir agotándose los acuíferos en todo el mundo, son dos problemas que afectarán directamente a la seguridad alimentaria y que los investigadores han intentado abordar mediante un análisis del uso del agua en los cultivos y su rendimiento a nivel mundial.
El objetivo era buscar el modo de optimizar el consumo de agua y la producción alimentaria, los expertos se centraron en 14 cultivos que representan el 72% de las cosechas a nivel mundial, arroz, aceite de palma, cacahuetes, maíz, remolacha azucarera, mijo, trigo, tubérculos y raíces, girasol, caña de azúcar, soja, sorgo y colza. Sobre cultivos como las frutas y verduras, los expertos no los analizaron por no contar con datos de calidad sobre las necesidades y gasto de agua.
Tras los análisis oportunos, se considera que una redistribución global de las tierras agrícolas y lo que en ellas se produce, permitiría aumentar la producción lo suficiente como para alimentar a 825 millones de personas. Además, con estos movimientos de cultivos se lograría reducir hasta en un 14% el uso del agua de lluvia en la agricultura y en un 12% del uso de agua para el riego de los cultivos. Los investigadores consideran que existen muchas regiones del planeta donde reina la ineficiencia en el uso del agua y la producción alimentaria, algo que se podría solventar intercambiando cultivos, lo que derivaría en la obtención de alimentos de mayor calidad nutricional y con un menor impacto medioambiental.
Según el modelo propuesto por los expertos, se lograrían mejoras, en teoría, aumentando en algunas zonas la producción de soja, cacahuetes, sorgo, raíces y tubérculos, reduciendo a la vez la producción de productos como el arroz, el mijo, el trigo y el azúcar, alimentos que requieren más agua pero con un menor rendimiento proteínico y calórico por hectárea. Los cálculos muestran que se podría producir un 10% más de calorías y un 19% más de proteínas con esta optimización.
Los cambios específicos que se deberían realizar varían de forma significativa dependiendo del país y el uso que realiza del agua, ya que la climatología también cambia. Como ejemplo citan el oeste de Rusia, en esa zona se podría cultivar sorgo, soja, tubérculos y trigo de secano, sustituyendo al mijo, al girasol y a la remolacha azucarera. En el norte de la india se podrían sustituir los cultivos de arroz, sorgo y trigo por maíz, mijo, raíces y tubérculos, ofreciendo los resultados antes mencionados.
Los datos de la investigación muestran que la redistribución de los cultivos generaría un ahorro de al menos un 20% del agua utilizada para la producción agrícola en 42 países, además, se destaca que también se obtendría un ahorro de agua en importantes áreas agrícolas mundiales como, por ejemplo, el Valle Central de California, el sureste de Australia o el Delta del Nilo entre otros. Se han identificado zonas importantes de cultivo donde al agua seguiría siendo escasa a pesar de los cambios que se realizarán para la producción de alimentos, por ejemplo, la región central de Estados Unidos.
En 63 países señalados por una limitación de la producción debido a los recursos hídricos y donde se importan en mayor medida alimentos de otros países, la redistribución de los cultivos del planeta podría aumentar la producción de proteínas y calorías en un 20%. ¿Han tenido en cuenta los investigadores el hecho de que algunos cultivos básicos están en sus límites fisiológicos de crecimiento? Decimos esto porque algunos expertos comentan que en varios países la producción está estancada y no aumenta simplemente porque el rendimiento de grano por hectárea no puede seguir incrementándose de forma indefinida, existe un tope.
Por otro lado, habría sido interesante introducir como variable la reducción del consumo de carne, ya que para la producción de este alimento, según los datos de la FAO, el 40% de lo que se cultiva en el mundo se destina a la alimentación animal, cifra que se prevé que se incremente hasta el 60% para el año 2050. En este sentido, el licenciado en economía, sociólogo, escritor y activista estadounidense Jeremy Rifkin, comenta que se calcula que se necesitan unos 15.000 litros de agua para producir un kilo de carne de vacuno, frente a los 2.500 litros de agua que son necesarios para producir un kilo de arroz, es decir, cambiando el arroz por la carne, el ahorro en agua sería enorme, permitiendo hacer frente al estrés hídrico en las próximas décadas.
Volviendo al estudio, los expertos comentan que la redistribución de cultivos que no supondría un gran esfuerzo, no provocaría la pérdida de la diversidad de cultivos o el aumento de la degradación del suelo, pero no se han tenido en cuenta aspectos como las barreras culturales o políticas, los patrones de consumo de cada país o la oferta y demanda de cada cultivo. El estudio, aunque interesante, no ha analizado otras variables importantes para los agricultores de muchos países, como el tema de la rentabilidad económica, sin embargo, los datos que aporta pueden ser una herramienta más para trabajar en el desarrollo de sistemas alimentarios más sostenibles.
Por último, los investigadores explican que si se piensa en los aspectos económicos, sociales y medioambientales de la seguridad alimentaria de un país en concreto, y se trabaja en colaboración con los implicados, se pueden crear soluciones adaptadas a las necesidades y objetivos de la población del país. Podéis conocer todos los detalles de la investigación a través de este artículo publicado en el blog de la Universidad de Columbia, y en este otro de la revista científica Nature Geoscience.
Foto | James Almond