Hace algo más de un año, la compañía química BASF presentaba un nuevo producto, se trataba de la patata transgénica Amflora. En principio, este tipo de patata se había modificado genéticamente para que presentara un mayor contenido en amilopectina, una sustancia que se suele utilizar por la industria para producir almidón.
Al ser una patata concebida para fines industriales, sería lógico pensar que no se incorporaría a la cadena alimentaria, BASF solicitaba la aprobación del nuevo cultivo pero indicaba que no se podía descartar que la patata transgénica acabara apareciendo en la cadena alimentaria. La votación del Consejo Europeo de Agricultura que tuvo lugar entonces, no la aprobó.
Hoy conocemos una nueva reunión celebrada por la Comisión Europea en la que se va a debatir sobre la actual política que mantiene la Unión Europea con respecto a los transgénicos, se va a debatir qué camino hay que seguir, se intentarán unificar posturas, lograr la aprobación de Organismos Genéticamente Modificados y darle mayor rapidez a los trámites burocráticos para ello. Algo que por el momento no se ha podido plasmar en realidad gracias a la oposición de varios países comunitarios.
En esta reunión aparece de nuevo en el orden del día la aprobación de la patata transgénica Amflora, a pesar de las dudas que ha planteado la Organización Mundial de la Salud sobre este alimento. Aunque BASF aseguró en un principio que la patata transgénica sería un producto con fines industriales, lo cierto es que ya estaba tramitando las solicitudes que permitieran utilizar estas patatas en la alimentación humana y animal.
De momento, algunos factores pueden provocar la inminente aprobación de la patata en cuestión, la EFSA (Agencia Europea de Seguridad Alimentaria) respalda el desarrollo de la patata argumentando que no ofrece ningún peligro para la salud humana. Estas afirmaciones pueden ser perfectamente cuestionadas, la patata contiene genes de resistencia a antibióticos, recordemos el post utilizar antibióticos en la alimentación es una solución negativa. Según la propia EFSA, y parece algo contradictorio con su respaldo, la patata podría provocar la aparición de resistencia a antibióticos en los humanos pero indica que no se trata de un riesgo relevante.
En la palestra aparecen otros riesgos, contaminación genética debido a la imposibilidad de recoger toda la producción, pudiéndose quedar alguna patata en el subsuelo, crecer posteriormente y contaminar futuras cosechas. También las dificultades para separar las patatas tradicionales de las transgénicas, etc. Lo peor de todo es que desde hace un tiempo, en la Unión Europea se gestan las prisas por comercializar alimentos transgénicos, sobre todo porque en otros países ya han sido aceptados y la cautela de la Unión Europea se traduce en pérdidas económicas.
Algunos miembros de la UE indican que no comprar los alimentos transgénicos que ofrecen países como Brasil o Estados Unidos, trigo, patatas, etc., provocarán en un futuro problemas con estos proveedores y una notable reducción del volumen de negocio, es como si se priorizase sobre el aspecto económico que sobre el aspecto saludable.
No hay que olvidar que en ocasiones, la Unión Europea ha dado luz verde a alimentos que posteriormente se ha demostrado que podían ser peligrosos para la salud humana, véase el caso del maíz transgénico MON863, que después de haber superado los análisis realizados por la EFSA y recibido el permiso para la comercialización por la Unión Europea, una investigación del CRIIGEN (Comité de Investigación e Información Independientes sobre la Ingeniería Genética), mostraba la toxicidad del producto. Las pruebas realizadas en ratones de laboratorio mostraban diferentes reacciones al maíz, aumento de peso del hígado, de los niveles de azúcar en sangre, etc.
Esperemos que las decisiones que hoy se tomen sobre los alimentos transgénicos contemplen sobre todo la seguridad y la salud de los consumidores y no se valore tanto la cuestión económica.