Según los resultados de un estudio desarrollado por expertos de la Universidad de Wageningen (Países Bajos), los consumidores podrían estar desperdiciando muchos más alimentos de lo que se cree, la razón es que las estimaciones sobre el desperdicio alimentario que se han realizado no han tenido en cuenta el efecto del poder adquisitivo en el comportamiento de los consumidores.
Recordemos que un informe de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) realizado en 2011 concluyó que un tercio de los alimentos disponibles para el consumo humano se desperdicia, con un volumen que alcanza unos 1.300 millones de toneladas. Esta cifra se ha utilizado como referencia desde entonces para, por ejemplo, calcular el número de calorías que se desperdician, considerando que el volumen total es de un 24% de calorías, los datos muestran que un 8% corresponde al desperdicio causado por los consumidores.
Sin embargo, los investigadores comentan que la metodología empleada en el estudio de la FAO y, por tanto, los siguientes estudios realizados en base a sus datos, son erróneos porque no han tenido en cuenta el comportamiento de los consumidores frente al desperdicio alimentario, ya que el suministro por si solo determina únicamente el alcance del desperdicio. Los expertos comentan que este es el primer estudio que analiza si la riqueza y el poder adquisitivo de los consumidores pueden afectar al volumen de desperdicio alimentario y de qué modo.
En esta investigación se han utilizado los datos proporcionados por la FAO, por un modelo de metabolismo humano, por el Banco Mundial y por la OMS (Organización Mundial de la Salud), para cuantificar el desperdicio de alimentos en relación a la riqueza de los consumidores. Con este modelo de análisis se creó un conjunto de datos a nivel internacional, que proporciona estimaciones del desperdicio alimentario que se genera en cada país.
Según los resultados y hablando del desperdicio de calorías, el 8% antes comentado es una cifra muy baja, los investigadores creen que los consumidores podrían ser responsables de hasta un 19% del desperdicio alimentario. Según el análisis, una vez que la riqueza del consumidor alcanza un umbral de gasto aproximado de 6’70 dólares por persona y día (6’18 euros), el desperdicio comienza a incrementarse aumentando rápidamente a medida que el umbral de gasto se incrementa. Este aumento significativo no se observa en niveles altos de riqueza, es decir, los que tienen un gran poder adquisitivo no desperdician tanto como la clase media y media-alta.
Los datos sugieren que los consumidores de países con ingresos medios y bajos tienen un mayor riesgo de incrementar el desperdicio alimentario, sobre todo a medida que mejore su situación y aumente el poder adquisitivo. A partir de los resultados los expertos consideran que, para reducir el desperdicio de alimentos a nivel mundial, es necesario primero reducirlo en los países con ingresos altos, y a la vez evitar que aumente rápidamente en esos países en crecimiento económico.
Comentan que hay muchos otros motivos más allá de la riqueza, que afectan al desperdicio de alimentos hablando en relación a los consumidores. Por ejemplo, existen diferentes grupos objetivo que tienen diferentes necesidades, las personas mayores quieren productos alimenticios diferentes a los que quieren los jóvenes y el desperdicio generado es diferente en cada segmento. De ahí que en otras investigaciones realizadas por estos expertos, se considere importante determinar el comportamiento de compra de los consumidores y el comportamiento alimentario para poder encauzarlos hacia un modelo sostenible que genere menos desperdicios.
Los investigadores creen que su método de análisis puede servir como base para introducir diferentes elementos que afectan al desperdicio, a fin de comprender y evaluar mejor la magnitud del problema, analizar los progresos realizados en la reducción global de la pérdida de alimentos, etc. Podéis conocer todos los detalles de la investigación a través de la página de la Universidad de Wageningen, y en este artículo publicado en la revista científica PLOS ONE.
Foto 2 | Birmingham News Room