Empecemos por el principio, ¿qué es el greenwashing? Pues en este mundo nuestro, en el que parece que tenemos que adoptar términos anglosajones porque nuestro lenguaje es más bien pobre (léase la ironía), se utiliza la voz inglesa ‘greenwashing’ (cuya traducción sería ‘lavado verde’) en el área del marketing para hacer llegar a los consumidores un mensaje que relaciona un producto o servicio con el respeto al medio ambiente, principalmente. En español también se denomina ecoblanqueo, y no es nada nuevo, pero es cierto que se utiliza cada vez más, de forma paralela a la necesidad y al interés de la población de hacer un consumo responsable, de buscar productos y servicios respetuosos con el medio ambiente, pero ya sabemos qué forma parte del marketing.
Es una pena, pero sabemos que las estrategias de ventas a menudo hacen uso de resquicios legales para ofrecer un mensaje confuso o falso, hay veces en las que incluso se puede hablar de un mensaje fraudulento, pero tampoco hay que generalizar. Además, lo que nos ha traído a tratar este tema es una de las últimas denuncias realizadas por Justicia Alimentaria, una asociación que ya conoceréis, está formada por personas conscientes de la necesidad de cambiar el sistema agroalimentario actual, el que oprime y expulsa a las comunidades rurales, y destruye el medio ambiente.
Hace unas semanas presentaron en Valencia el informe ‘Las Mentiras que Comemos: Anatomía del greenwashing alimentario’, con el que dan a conocer las prácticas que las empresas utilizan para confundir al consumidor, el director de Justicia Alimentaria, Javier Guzmán, explicó que las empresas aprovechan el vacío legal para jugar a la confusión y vender más, se muestran comprometidas con los problemas sociales, ambientales y de salud, incluyendo atributos al etiquetado de su producto, pero no cambian el contenido.
Y nos preguntan, ¿sabemos cuánto contamina el yogur ecológico que compramos cada semana? ¿Sabemos qué significa que un alimento tenga la etiqueta ‘Bio’ en su envase? ¿Somos conocedores del uso del greenwashing empresarial? La investigación llevada a cabo por Justicia Alimentaria, además de dar como resultado un informe que podéis leer aquí (Pdf), ha generado una campaña para luchar contra la mayor amenaza a nuestra salud, al medio ambiente y a los derechos humanos, que es lo que hace el greenwashing alimentario.
Y es que la mayoría de los sellos que ‘decoran’ los envases de productos alimenticios los ha inventado la misma industria alimentaria para disfrazarlos de lo que los consumidores queremos comprar, alimentos con ciertos atributos sobre la salud, el medio ambiente, el bienestar animal, los derechos humanos… El objetivo de esta campaña es mejorar la legislación actual para garantizar unos estándares de obligado cumplimiento y controlados por la inspección pública, así como la regulación de los sellos y certificaciones privadas, entre otras cosas. Os recomendamos acceder a la web de la campaña ‘Las mentiras que comemos’ a través de este enlace para conocerla al detalle y si os convence, sumaros a ella.
Volviendo al informe, la asociación nos introduce en él hablándonos del ‘gatopardismo alimentario’, explican que los sellos alimentarios son como los gatos de noche, todos son pardos. Así, el gatopardismo está definido como la distorsión cognitiva, no es una mentira, es una media verdad, no es un engaño, es un juego de manos, no es una falsedad, es la confusión. La mayoría hemos creído en algún momento que si un alimento está etiquetado como Bio o ecológico, es mejor que uno que no porta este sello. No hay ejemplo más simple que decir si es más ecológica, más respetuosa con el medio ambiente, una manzana con el sello Bio que procede de Francia, o una manzana sin el sello que se ha producido en un campo de cultivo a 30 o 50 kilómetros. Y ya si hablamos de un aguacate procedente de Perú o de la Axarquía, de las naranjas de Marruecos o de Valencia…
El conocimiento nos da poder, y debemos hacer buen uso de nuestro poder y libertad de elegir con qué queremos alimentarnos. Pero, para eso hay que poner mucho interés, porque la información veraz hay que buscarla, no está en las estanterías de los supermercados, ni siquiera aparece en las noticias, Justicia Alimentaria afirma que somos ‘la sociedad del conocimiento’, pero, ¿realmente estamos inversos en unas sociedades más informadas? Y pregunta: ¿Cómo puede ser que podamos elegir entre una alimentación que daña al medio ambiente y otra que no? ¿Cómo pueden permitir una alimentación en cuya producción exista la explotación de personas? Y así podemos formular muchas preguntas más.
Así que lo que nos queda es apostar por una política pública impulsada por la sociedad, por los consumidores conscientes de la necesidad de realizar un consumo sostenible, responsable con el medio ambiente, el bienestar animal, los derechos humanos y con ciertos atributos beneficiosos para la salud humana. Al final, en el mercado hay muchos más productos alimenticios que no cumplen con estos requisitos, sólo hay que descartarlos de la lista de la compra, dejemos de comer mentiras, la demanda manda sobre la oferta.