A través de un simple proyecto científico realizado por dos estudiantes de la Trinity School de Manhattan en colaboración con la Universidad Rockefeller y el Museo de Historia Natural de Estados Unidos (AMNH), se han puesto al descubierto distintos fraudes de la industria alimentaria estadounidense, fraudes que en la mayoría de casos violan el derecho de los consumidores y la propia legislación alimentaria de Estados Unidos.
Al parecer, el proyecto contemplaba la recogida de muestras tomadas en las viviendas de los estudiantes para realizar un análisis del ADN, se trataba de utilizar la técnica analítica desarrollada por la universidad de Guelph (Canadá) en el año 2003 denominada código de barras de la vida, con esta técnica se analizaría rápidamente el ADN de las muestras de plantas y animales que recogerían. El código de barras genético es un método de taxonomía (clasificatorio) que utiliza un marcador genético corto del ADN (un gen) de un organismo para identificar su especie.
Según ABC, los estudiantes lograron detectar el ADN de hasta 95 especies distintas e incluso el ADN de una especie nueva de cucaracha, logros que para el proyecto resultaban significativos. Pero cuando también quisieron conocer el ADN de algunos productos alimentarios habituales en sus hogares y que se suelen adquirir en los centros comerciales locales, llegó la sorpresa. Sin querer se pusieron al descubierto distintos fraudes de la industria alimentaria estadounidense.
Algunos fraudes son realmente peligrosos, un queso elaborado con leche de oveja según se indicaba en la etiqueta del producto, en realidad había sido elaborado con leche de vaca, para quienes padecieran alergias alimentarias a la leche de vaca, el alimento en cuestión resultaba un grave riesgo para la salud. Otro de los fraudes detectados era un supuesto caviar de esturión que en realidad contenía huevas de un pez del río Misisipi. El fraude se amplía a todo tipo de productos, se comercializaban filetes de tiburón seco salado cuando en realidad el producto se había obtenido de las percas africanas.
Los supuestos fraudes ponen al descubierto ingredientes inexistentes en las etiquetas alimentarias o la denominación de determinados productos cuando en realidad se trata de otros alimentos. No se libra ni la comida para perros, en un envase se indicaba que la carne contenida procedía de los venados cuando en realidad era carne de vaca. Los estudiantes indican que no se puede acusar directamente a los fabricantes como si realmente hubieran pretendido engañar a los consumidores, quizá los errores se debieron a los procesos de fabricación o manipulación, en nuestra opinión parece que se pretende suavizar la situación.
Bastaría con realizar nuevos análisis en productos pertenecientes a otras partidas y otras ciudades para detectar si ha existido intencionalidad. De todos modos, parece evidente que existe intencionalidad y la prueba es la coincidencia que se da en todos los productos analizados, se suele sustituir el alimento que se indica en la etiqueta por otro de menor calidad y mucho más barato, de este modo el fabricante economiza y rentabiliza sus productos. También es interesante destacar que en algunos casos los productos alimentarios contenían trazas de especies amenazadas y protegidas, con lo que el fraude podría alcanzar mayores proporciones.
Sin querer, los estudiantes Brenda Tan y Matt Cost ponen al descubierto las deficiencias de las etiquetas, la calidad de los productos y el poco control que se realiza sobre ellos. De momento los resultados obtenidos han llamado la atención de la FDA (Administración de Fármacos y Alimentos de Estados Unidos) y al parecer, esta entidad centrará su atención en el sistema analítico desarrollado por la universidad de Guelph, pero no se ha hablado sobre adoptar medidas legales contra el posible fraude detectado. Evidentemente la FDA deberá realizar sus propios análisis y conclusiones.
Sería muy interesante realizar el mismo experimento con los productos alimentarios de nuestro país, seguramente se detectaría algún que otro fraude de la industria alimentaria.
Foto 1 | Cherrylet