Falta de transparencia en el etiquetado de los aditivos alimentarios

La falta de transparencia en el etiquetado de los aditivos alimentarios se ha convertido en una creciente preocupación entre los consumidores europeos, y es que a pesar de que las normativas comunitarias obligan a que los aditivos sean mencionados en las listas de ingredientes, seguidos de su función, nombre o código “E”, la industria alimentaria utiliza múltiples estrategias para generar confusión.

Se puede citar como ejemplo el E150d, un aditivo que puede aparecer simplemente como «caramelo», «caramelo de sulfito de amonio» o identificado sólo por su E150d, y es que se trata de una «estrategia intencionada de confusión» que dificulta que los consumidores comprendan exactamente qué contienen los productos alimenticios que adquieren y consumen.

Pero la situación se complica aún más al considerar que un mismo aditivo puede tener distintas versiones según su origen, algo que en muy raras ocasiones se indica en el etiquetado alimentario. Un claro ejemplo es el licopeno (E160d), un antioxidante presente de forma natural en los tomates, que puede ser sintético, extraído con solventes de los tomates o producido a partir de microorganismos. Al buscar este aditivo en alimentos como las salchichas vegetales, se puede comprobar que en el etiquetado aparece como “agente colorante: licopeno», omitiendo información clave sobre su procedencia.

Estrategias de la industria para evitar la transparencia en los aditivos alimentarios

La falta de claridad no es un error, las empresas han desarrollado tácticas premeditadas que tienen el cometido de minimizar la visibilidad de los aditivos:

Uso de sustancias auxiliares tecnológicas: Se trata de sustancias que se emplean durante la fabricación para mejorar los procesos, por ello no se consideran aditivos y, por tanto, no existe obligación de que aparezcan en el etiquetado. Claro, que en teoría estas sustancias no deberían estar presentes en el producto final, pero en la práctica los residuos de estas sustancias suelen llegar a los consumidores.

Aditivos de transferencia: Son sustancias añadidas inicialmente a los ingredientes utilizados en la fabricación de un producto, pero no se etiquetan en el producto final. Actúan como un “caballo de Troya», ya que pueden influir en las características del producto terminado sin ser declarados directamente.

La estrategia de la etiqueta limpia: Consiste en sustituir aditivos comunes por extractos vegetales o ingredientes de apariencia que se perciben como más «naturales», como por ejemplo el extracto de acerola o el extracto de frutas cítricas, que cumplen funciones similares actuando como antioxidantes o conservantes, pero que no son sometidos a las mismas evaluaciones de seguridad. Se trata de un vacío regulatorio que crea un falso sentido de calidad y seguridad en los consumidores.

Nombres confusos: Cambiar el nombre técnico de un aditivo por uno menos conocido, como es el caso de llamar «difosfatos», aditivos alimentarios utilizados como agentes leudantes, estabilizantes o emulsionantes, en lugar de nombrar E450, o los «monoglicéridos y diglicéridos de ácidos grasos», aditivos que actúan como emulsionantes y estabilizantes y que deberían aparecer como E471. Esto dificulta que los consumidores puedan identificar estas sustancias incluso si están familiarizadas con el sistema de códigos E.

Algunos aditivos alimentarios han sido relacionados con problemas de salud a pesar de haber sido autorizados en su momento. Un ejemplo es el dióxido de titanio (E171), que tras años de debates y un gran aporte de evidencias científicas que señalaban riesgos de este aditivo para la salud, fue prohibido en 2022 en la Unión Europea. Otros casos a citar son los nitritos y nitratos (E249-252), que se han asociado a problemas de salud, como el mayor riesgo de cáncer colorrectal. Otro ejemplo son los colorantes azoicos o azocolorantes (E102, E110 o E122), algunos están bajo sospecha por ser causa del TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) y por posibles riesgos carcinogénicos, algo de lo que hablábamos en el post Leyes absurdas que protegen los intereses de la industria alimentaria.

Los edulcorantes intensos (sustancias que endulzan los alimentos con mucha mayor potencia que el azúcar común) como el aspartamo (E951) y el acesulfame K (E950), también están presentes en esta controversia. Recordemos que no hace mucho el aspartamo fue clasificado como «posiblemente cancerígeno para los seres humanos» por el IARC, lo que ha intensificado las campañas para que se pida su prohibición.

Otro tema interesante es el hecho de que la ciencia regulatoria haya subestimado durante mucho tiempo el denominado «efecto cóctel”, es decir, la exposición simultánea a múltiples aditivos que están presentes en los alimentos ultraprocesados, y cuyos efectos combinados son difíciles de evaluar. Sin embargo, se han relacionado con enfermedades metabólicas, inflamación intestinal y un mayor riesgo de padecer ciertos tipos de cáncer.

Algunas organizaciones, como la organización de consumidores Foodwatch, ha presentado un paquete de propuestas con el fin de abordar esa falta de transparencia en el etiquetado de los aditivos, y así proteger mejor la salud de los consumidores europeos. Dicho paquete de propuestas incluye la aplicación del principio de precaución, es decir, si un aditivo alimentario no cuenta con evidencia concluyente sobre su seguridad, debe prohibirse temporalmente hasta que se demuestre su inocuidad a través de estudios independientes. Recordemos que la EFSA, argumentando la falta de tiempo, aprueba o renueva permisos de uso sin la correspondiente reevaluación.

Reducir el número de aditivos autorizados es viable, y se ha demostrado en los alimentos ecológicos donde sólo se permite el uso de 50 aditivos sin afectar a la variedad de productos. Foodwatch considera que los aditivos más controvertidos como los nitritos, azoicos o edulcorantes intensos, deberían ser prioritariamente eliminados.

Otra propuesta es el uso de un etiquetado claro y comprensible, y es que cada aditivo debería mencionarse con su correspondiente código E y su nombre, eliminando ambigüedades. Por otro lado, los ingredientes funcionales que reemplazan a los aditivos deberían someterse a las mismas evaluaciones de seguridad y ser etiquetados obligatoriamente de forma clara. La organización de consumidores también pide una mayor regulación de las prácticas de marketing, siendo necesario evitar que el diseño de los envases y las etiquetas confundan a los consumidores o los distraigan de lo que son los ingredientes reales de los productos alimenticios.

Mientras la industria alimentaria siga utilizando tácticas para ocultar o disfrazar los aditivos que están presentes en los alimentos, los consumidores seguirán en desventaja, ya que un etiquetado transparente acompañado de una regulación estricta y basada en el principio de precaución, es esencial y primordial para garantizar una alimentación más segura y responsable.

Podéis conocer más detalles sobre las reivindicaciones de Foodwatch y las campañas que tiene en marcha para alcanzar la transparencia y la seguridad de los aditivos alimentarios en beneficios de los consumidores, a través de este artículo.

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