En el año 2016 la directora ejecutiva de la Royal Society for Public Health, comentaba que podía ser interesante y beneficioso introducir unas etiquetas alimentarias que informaran sobre la actividad física equivalente a su valor energético, de este modo, los consumidores sabrían cuánto tiempo o qué distancia deberían caminar o correr, para quemar las calorías proporcionadas por el alimento o la bebida en cuestión. Shirley Cramer comentaba que las etiquetas alimentarias no sólo debían proporcionar información, también deberían ayudar a que los consumidores fueran conscientes de su consumo energético a fin de cambiar su percepción y comportamiento ante los productos que adquieren.
De este tema se ha vuelto a hablar ahora a través de una investigación realizada por expertos de la Universidad de Loughborough (Reino Unido), cuyos resultados aseguran que las etiquetas alimentarias con información sobre la actividad física equivalente para consumir su energía, ayudaría a tomar decisiones dietéticas más saludables, contribuyendo a frenar el sobrepeso y la obesidad. Los investigadores proporcionan un ejemplo, para contrarrestar unas 230 calorías que aporta, por ejemplo, una barrita de chocolate, sería necesario correr durante 23 minutos o caminar durante 46 minutos. Esta información se expresaría mediante un pictograma deportivo, acompañado del tiempo de actividad física a realizar.
Los investigadores explican que si este etiquetado denominado PACE se utilizara en la mayoría de los productos alimenticios, se podrían reducir una media de 200 calorías por persona y día. Comentan que el actual sistema de etiquetado que informa sobre el contenido de calorías y nutrientes es poco conocido (o poco entendido), además, existe poca evidencia de que modifiquen los hábitos de consumo o las decisiones de compra. En cambio, la etiqueta que se propone es más fácil de entender, sobre todo entre quienes tienen poco conocimiento de nutrición y salud.
En su momento, la Royal Society for Public Health solicitó la introducción de las etiquetas PACE, pero no contaba con evidencias sólidas que respaldaran su postura. Ahora, los investigadores comentan que sí se cuenta con el aval científico gracias a la investigación que han realizado. En este trabajo se analizaron los datos de 14 ensayos llevados a cabo utilizando el etiquetado PACE, determinando que los participantes redujeron el número de calorías totales de las compras que realizaban en una media de 65 calorías, por otro lado, consumieron entre 80 y 100 calorías menos.
La evidencia muestra que incluso una reducción de sólo 100 calorías diarias, combinada con ejercicio físico regular, mejoraría la salud y contribuiría a frenar el índice de sobrepeso y obesidad en la población. Merece la pena destacar que en las encuestas que realizó la Royal Society for Public Health sobre la percepción del etiquetado de actividad física, más de la mitad de los consumidores participantes manifestaron que cambiarían de forma positiva su comportamiento, al conocer el tiempo de ejercicio físico necesario para quemar las calorías que aporta un producto alimenticio. Los participantes aseguraban que reducirían el tamaño de las raciones, elegirían alimentos más saludables o aumentarían el tiempo que dedican al ejercicio físico, pero la verdad es que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace, tienen más valor los ensayos que las encuestas.
Sobre los ensayos analizados, los investigadores comentan que es un número pequeño y, además, el diseño de cada uno de ellos era diferente, la mayoría no se llevaron a cabo en un entorno de vida real, pero en todos se sugiere que el etiquetado PACE sería efectivo para reducir el número de calorías que se ingieren. Si resulta que todos los estudios tenían un diseño diferente y no se llevaron a cabo en un entorno adecuado y en un tiempo necesario, parece poco creíble que se pueda garantizar la efectividad. ¿Qué hará un consumidor ante un producto con tanta información (etiqueta de la huella de carbono, etiqueta del bienestar animal, etiqueta del contenido nutricional, etiqueta del grado de procesamiento, la lista de ingredientes, el etiquetado semáforo o el NutriScore, etc.)? Parece evidente que lo más necesario es educar, y en el etiquetado alimentario, simplificar y no saturar.
Los investigadores comentan en este artículo publicado en la página de la universidad, que se trata de una estrategia sencilla y que la industria alimentaria, podría incluir los pictogramas deportivos y el tiempo de ejercicio físico en el envase del producto, en la etiqueta del precio que aparece en las estanterías del supermercado, etc. También comentan que se podría incluir en los menús de comida rápida en las cartas de los restaurantes… por incluir que no quede. Proponen también que el etiquetado se incluya en las políticas de las agencias de salud pública como un elemento más para contribuir en la prevención y tratamiento de la obesidad y las enfermedades relacionadas.
Quizá, en vez de realizar una revisión, habría sido mejor llevar a cabo una nueva investigación partiendo de cero, en un entorno de vida real y con el número de participantes necesario para poder obtener resultados concretos. Podéis conocer todos los detalles de la investigación a través de este artículo publicado en la revista científica Journal of Epidemiology & Community Health.