Hace unos días en Estados Unidos se daba a conocer la nueva etiqueta que se incluirá en casi 800.000 productos alimenticios del país, en la que se utilizará una letra más grande para informar sobre los valores nutricionales de los alimentos. Pero lo más importante, según quienes han impulsado su aplicación, es que también proporcionará información sobre los azúcares añadidos y los azúcares presentes de forma natural en los alimentos. Hasta la fecha se proporcionaba la cantidad total de azúcares presentes en los productos alimenticios, ahora los consumidores podrán saber cuánto azúcar se añade y cuánto azúcar está presente de forma natural.
Quienes se han opuesto a este nuevo etiquetado han argumentado que el azúcar es azúcar y no había necesidad de realizar la mencionada diferenciación. La FDA (Agencia de Medicamentos y Alimentación) contestó que con esta medida se ayudaba a los consumidores a identificar aquellos alimentos ricos en nutrientes y a su vez, ayudaría a reducir el consumo de calorías procedentes de los azúcares añadidos. A esto hay que añadir que la Agencia se comprometió a proporcionar información a los consumidores para que entendieran con claridad la importancia de cada elemento que aparece en la información nutricional de la etiqueta. A raíz de este cambio, algunos consumidores de la UE se preguntan ¿para cuándo una etiqueta nutricional con información sobre los azúcares añadidos?
Ya sabemos que en algunos productos se incluye el mensaje ‘sin azúcares añadidos’, otros detallan los tipos de azúcares, pero son muy pocos, la gran mayoría de productos ofrecen el total de azúcar en el alimento, sumando los presentes de forma natural y los añadidos. ¿Debería la UE tomar una medida similar a la adoptada en Estados Unidos? La FoodDrinkEurope (FDE), organización que representa los intereses de la industria alimentaria en la Unión Europea, considera que lo correcto es ofrecer información sobre el total de azúcar, ya que desde un punto de vista biológico el cuerpo humano no hace distinción entre ellos. También argumenta que existen otras complicaciones, siendo un reto analítico poder cuantificar con precisión los azúcares añadidos.
La FDE añade que que si los azúcares se han añadido a los alimentos y bebidas, los consumidores pueden encontrar sus fuentes en la lista de ingredientes, y que la cantidad total se refleja en la declaración nutricional. La verdad es que proporcionan argumentos poco convincentes, pues ya sabemos que es necesario facilitar al consumidor la información de una forma simple y clara, algo que se logra con el modelo de etiquetado estadounidense. Sobre las complicaciones para la cuantificación del azúcar añadido, tampoco tiene mucho sentido, si en Estados Unidos se puede hacer, en la Unión Europea también es posible.
Action on Sugar, organización formada por un grupo de expertos que investigan los efectos del consumo de azúcar en la salud, comenta que es muy importante que los consumidores puedan saber con precisión cuánto azúcar se ha añadido a un alimento o bebida. Para esta organización es necesario poder diferenciar entre azúcares, ya que son dos tipos diferentes y uno de ellos es necesario limitarlo en nuestra dieta (los añadidos). Si en Europa se adoptara este tipo de etiquetado, probablemente se alentaría a la reformulación de los alimentos y por tanto, se mejoraría la salubridad de los productos alimentarios. Pocos consumidores son los que se preocupan en buscar las fuentes de los azúcares en la lista de ingredientes, por lo que un etiquetado que realizara la diferenciación sería muy positivo y beneficioso. A los fabricantes no les gustaría mostrar cuánto azúcar llegan a añadir a los alimentos, de ahí que probablemente se realizase con más celeridad la reformulación de los productos.
Otros expertos comentan que la mayoría de consumidores saben que los productos de confitería tienen un elevado contenido en azúcar, la mayor parte es añadida, así que una etiqueta como la de Estados Unidos afectaría especialmente a los fabricantes de alimentos procesados y alimentos salados, ya que muchos consumidores no son conscientes de que una parte del azúcar que consumen diariamente procede de los alimentos que no son dulces.
Según leemos aquí, AB Sugar, organización formada por empresas relacionadas con el mundo del azúcar, comenta que aunque pueda parecer simple diferenciar entre azúcares de origen natural y añadidos, en realidad no es tan fácil o posible. La razón argumentada es que durante el proceso de elaboración de un alimento, se fusionan y se convierten en un ingrediente más. Se cita como ejemplo los azúcares de la cerveza, la glucosa y la maltosa se fermentan dando lugar al alcohol y este elemento en realidad no es azúcar. Por otro lado, los azúcares también pueden combinarse con otros ingredientes para mejorar el sabor o color de un producto, por lo que es muy difícil conocer las cantidades de azúcar reales. Curioso, cuando se prepara un producto, se sabe el azúcar propio de los ingredientes y la cantidad de azúcar que se va a añadir, de ahí las formulaciones, decir que no se puede cuantificar el azúcar añadido es para muchos una excusa.
Como información complementaria, merece la pena retomar la lectura de este post, en él podéis ver un vídeo que proporciona información sobre el azúcar que ocultan muchos alimentos, cereales de desayuno, cremas de cacao y avellanas, refrescos, papillas industriales, etc. Si viéramos con nuestros ojos el azúcar que tienen ciertos alimentos, seguramente no los tomaríamos (o reduciríamos su consumo) porque sabemos que perjudica a la salud.
En la fotografía superior podéis ver una comparativa entre la etiqueta que estaba vigente (izquierda) y la nueva etiqueta (derecha) proporcionada en este artículo de la FDA. Se aprecia que la letra es algo más grande, y se lee la cantidad de azúcar que se ha incluido en el producto, los tamaños de las raciones son más realistas, etc. Se ha establecido un plazo, hasta el mes de julio del año 2018, para que los fabricantes utilicen el nuevo etiquetado, aunque las empresas que facturen menos de 10 millones de dólares anuales tendrán un año más de plazo, es decir, hasta el 2019.
Quizá a corto o medio plazo se instaure en la UE una etiqueta similar a la adoptada en Estados Unidos, seguramente muchos consumidores lo agradecerían.
Foto | Logan Brumm