A finales del año pasado Berkeley se convirtió en la primera ciudad estadounidense en aprobar un impuesto de los refrescos, la nueva reglamentación entró en vigor el presente año gravando con 12 centavos (unos 10 céntimos de euro) las latas de refresco, las botellas de refrescos y las bebidas azucaradas de dos litros se gravaron con un impuesto de 68 centavos (unos 59 céntimos de euro). Ahora, tras pasar ocho meses desde que se aplicó la medida, un estudio desarrollado por dos economistas titulado “La incidencia de los impuestos en las bebidas azucaradas: el caso de Berkeley”, muestra que hasta el momento los resultados no son los que se esperaban.
Según el estudio publicado en National Bureau of Economic Research, realizado por los economistas John Cawley y David Frisvold de la Universidad de Cornell y de la Universidad de Iowa respectivamente, el impuesto de los refrescos azucarados no funciona en Berkeley. Se supone que este impuesto tiene como objetivo reducir el consumo de refrescos y bebidas azucaradas con el fin de reducir la prevalencia de la obesidad, al aumentar el precio de las bebidas intenta desalentar la compra, pero lo cierto es que el precio se ha incrementado menos de la mitad de lo esperado, por lo que su impacto prácticamente ha sido nulo.
Según se ha observado, gran parte del impuesto ha sido asumido por las grandes empresas, en el caso de Coca Cola y Pepsi, estas compañías sólo han trasladado el 22% del impuesto a los consumidores, lo que supone un incremento de precios poco apreciable para el consumidor final. Estas empresas han aumentado el coste de sus productos ligeramente en la ciudad, pero no han aplicado la subida en el resto del país. Esto podría derivar en el aumento de las compras transfronterizas, pero dado que el aumento es poco significativo, es probable que la mayoría de los consumidores ni se hayan planteado esta opción, ya que el ahorro económico no sería significativo.
En este estudio se analizaron los precios de las diferentes bebidas (marcas y formatos) recogido en distintas tiendas, supermercados y otros comercios, antes de la puesta en marcha del impuesto y posteriormente, cuando entró en vigor. También se recabó información sobre el precio de las bebidas en San Francisco para realizar comparativas, recordemos que en esta ciudad también se votó la propuesta de aplicar un impuesto a las bebidas azucaradas pero no salió adelante al no haber recibido el apoyo electoral necesario, sólo se logró un apoyo del 54’5% de los votos, frente al 66% necesario. Tras cotejar la información se constató que había poca diferencia en el precio de comercialización de los refrescos y bebidas azucaradas en ambas ciudades, la razón, como hemos indicado ha sido que una buena parte del gravamen fue asumida por minoristas y compañías.
Los economistas consideran que probablemente la medida no funciona porque se ha aplicado a una sola ciudad, quizá si se hubiera aplicado a nivel federal las empresas de bebidas no habrían asumido ese incremento, pues entonces supondrían cuantiosas pérdidas. Se puede citar como ejemplo el caso de México, en el mes de junio conocíamos un estudio en el que se mostraba que el impuesto de los refrescos instaurado en el país había logrado en un solo año reducir una media del 6% el consumo de bebidas azucaradas, además se auguraba que la reducción del consumo iría aumentando, para los expertos no había lugar a dudas, el impuesto está cumpliendo sus objetivos. De todo ello hablábamos aquí.
El lado positivo es que se está recaudando el dinero para poner en marcha programas sobre dieta y vida saludable, aunque no se ha dado a conocer la dinámica de estos programas. Los economistas consideran que gravar las bebidas azucaradas es un modo poco efectivo de luchar contra el sobrepeso y la obesidad, y las razones son bastante obvias, en estos problemas intervienen muchos otros factores, como por ejemplo la falta de actividad física, el consumo excesivo de calorías procedentes de otros alimentos, el abuso de la sal, etc. Uno de los grandes errores de la iniciativa de Berkeley es no poner en marcha otros programas además de los mencionados programas educacionales (cuya efectividad es dudosa), por ejemplo la subvención de alimentos saludables, algo a lo que se resisten todos los legisladores, por lo que da la impresión de que es más cómodo aplicar un impuesto cuya recaudación pasará a las arcas de la ciudad.
Aquí explican que otros expertos aseguran que este tipo de impuestos son poco eficaces a la hora de reducir el consumo de este tipo de bebidas entre los consumidores y sobre todo si sólo se aplica en una ciudad. En el caso de Berkeley el impuesto apenas ha hecho mella, ya que la legislación lo aplica pero son los distribuidores los que deciden dejar o no que lo asuman los consumidores, en este caso ya vemos que lo han asumido casi en su totalidad y los consumidores apenas han apreciado la subida de los precios.
La ley instaurada en esta ciudad ha sido vista como una prueba de fuego para que un impuesto similar se pusiera en marcha en otras ciudades y Estados del país, algunas personas tenían muchas expectativas de su potencial y de trasladar la medida al resto de Estados Unidos, quizá de este modo sí se obtendrían resultados. De momento se puede decir que el impuesto de los refrescos y bebidas azucaradas en Berkeley no ha alcanzado los objetivos esperados, veremos qué medidas toman ahora los legisladores, quizá se conformen con el dinero que recauden y no lleven a cabo ninguna acción que cambie la situación. Podéis conocer más detalles sobre el estudio realizado a través de este artículo publicado en National Bureau of Economic Research.
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