Varios estudios han apuntado que el etiquetado semáforo contribuye a que los consumidores identifiquen con más facilidad los alimentos más saludables, sin embargo, la industria alimentaria ha criticado este tipo de etiquetas por considerar que no se basan en criterios científicos sólidos, por la posibilidad de que afectará a la comercialización de sus productos, por considerar que este tipo de etiquetado (en el caso de Europa) podría fragmentar el mercado comunitario, etc. En el Reino Unido se puso en marcha el sistema del etiquetado alimentario por colores para informar sobre el contenido de sal, grasas, azúcares y calorías, de este modo los consumidores podrían identificar con más facilidad los alimentos más saludables por su composición.
Esto provocó que varias organizaciones europeas y algunos países como Italia manifestaran su preocupación por el sistema que se ponía en marcha en el Reino Unido, se oponían a él argumentando que era demasiado simplista clasificar los alimentos en tres categorías, rojo, amarillo y verde, ya que no se tenía en cuenta la combinación de los alimentos en un contexto de dieta total. Incluso empresas del Reino Unido denunciaban este tipo de etiquetado. Por otro lado, la Comisión Europea abrió el año pasado un procedimiento contra el Reino Unido por el uso de este sistema tras haber recibido todo tipo de quejas por parte de la industria alimentaria.
Pues bien, hoy conocemos una nueva investigación desarrollada por expertos del laboratorio de análisis clínicos Life & Brain GmbH de Bonn (Alemania), cuyos resultados indican que el etiquetado semáforo mejora el autocontrol sobre los alimentos calóricos o poco saludables. En el estudio se analizó la actividad cerebral de 35 participantes al evaluar las etiquetas nutricionales de productos como el yogur, la comida preparada o el chocolate. Se mostraron los productos con dos tipos de etiquetado, el que se suele utilizar en Europa, donde la información se refleja en gramos y porcentajes por porción, o mediante un código de color, es decir, el etiquetado semáforo.
Los resultados obtenidos sorprenden, cuando se preguntó a los participantes sobre los alimentos por los que estarían dispuestos a pagar más, mayoritariamente eligieron los alimentos que estaban etiquetados con el código de colores pero con el color verde destacado (más saludable), algo que no sucedía con el mismo producto con el etiquetado nutricional convencional. También se constató que los productos etiquetados con el color rojo provocaban que los participantes del estudio estuvieran dispuestos a pagar mucho menos por el producto, algo que no ocurría con el etiquetado convencional.
Estos resultados parecen constatar que el etiquetado semáforo actúa como refuerzo, tiene más peso en las decisiones de compra un producto con ingredientes saludables que se identifiquen fácilmente con un código de colores, que los alimentos que porten un etiquetado como el que se utiliza actualmente en los países comunitarios. Decíamos que se evaluó la actividad cerebral de los participantes de este estudio, según leemos aquí, los expertos constataron que diferentes áreas cerebrales se activaban con el etiquetado semáforo en función de su color.
Una etiqueta semáforo con el color rojo se vinculaba a una zona del cerebro que se asocia al autocontrol, por lo que se meditaba más a la hora de elegir los alimentos, las etiquetas de color verde activaban una parte del cerebro relacionada con la recompensa, en este caso la expectativa de obtener beneficios para la salud, al menos así se considera en el estudio. En esta investigación también participaron expertos del Centro de Economía y Neurociencia de la Universidad de Bonn (Cens), según sus conclusiones, el etiquetado semáforo parece que permitía a las personas que participaron en el estudio resistirse más a los alimentos poco saludables cuando éstos se etiquetaban con el código de colores, algo que no ocurría con las etiquetas convencionales. Por tanto, se considera que una etiqueta semáforo posiblemente aumenta de forma implícita la toma de decisiones más saludables a la hora de elegir los alimentos.
Quizá tengan razón sobre el valor del etiquetado semáforo, pero a lo mejor lo que falla es la evaluación de los alimentos. Se puede citar como ejemplo la denuncia que realizó una empresa británica en el año 2013 planteando la siguiente pregunta: ¿Desde cuándo un zumo de naranja es peor que una Coca Cola light?, este era el resultado al usar el sistema de etiquetado semáforo. La empresa argumentó que un vaso de este refresco se podría considerar saludable por no contener azúcar y menos de una caloría, pero ¿se tuvo en cuenta que el refresco contiene ingredientes artificiales como el E150d (colorante alimentario soluble que otorga el color caramelo a la bebida), acesulfame-K o E950 (un edulcorante artificial 200 veces más dulce que el azúcar) y ácido fosfórico o E-338 (ingrediente habitual en los refrescos con una gran resistencia a la oxidación)?
Se pueden citar más ejemplos, para algunas empresas no tiene sentido que el etiquetado semáforo considere que una barra de chocolate pueda ser más saludable que una piña natural envasada, o que una hamburguesa preparada que se cocina directamente en el microondas sea más saludable que un filete fresco. Pero lo cierto es que en el Reino Unido este etiquetado ha tenido una gran aceptación y a pesar de tener carácter voluntario, los grandes minoristas del país se han adherido a su uso. Como decíamos, la Comisión Europea abrió un procedimiento contra el sistema de semáforos del Reino Unido, sin embargo, el reglamento de la UE contempla la posibilidad de que de manera individual un país pueda poner en marcha un plan nacional como el que se puso en marcha en ese país, punto que se considera contradictorio ya que va en contra del objetivo perseguido por la UE, la creación de un mercado único europeo.
En definitiva, los investigadores respaldan el uso del etiquetado semáforo para mejorar la alimentación de los consumidores, pero hay que decir que el estudio es demasiado pequeño, quizá sería interesante repetirlo pero con un mayor número de personas. Podéis conocer todos los detalles de la investigación a través de este artículo publicado en la revista científica Obesity.
Foto 1 | HealthGauge