Hace un par de meses conocíamos un informe presentado por Oceana en el que se denunciaba que el fraude con los productos pesqueros es un grave problema mundial que afecta a los ecosistemas marinos, a las especies marinas, a la seguridad y salud de los consumidores, y que socavaba la confianza de aquellas empresas que trabajan cumpliendo la legislación. El etiquetado incorrecto de los productos marinos y la sustitución de unas especies por otras de menor valor comercial son fraudes que están a la orden del día, por eso Oceana solicitaba que los Gobiernos de todo el mundo trabajaran para que las prácticas pesqueras sean correctamente gestionadas y totalmente transparentes.
Pues bien, hace un par de días se presentó un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Washington (Estados Unidos) en el que se concluye que el etiquetado incorrecto del pescado puede favorecer el consumo sostenible. Los investigadores comentan que el etiquetado incorrecto está muy extendido, sea por error (en muy pocos casos) o de forma intencionada para obtener una mayor rentabilidad económica, pero esto favorece el consumo de especies que son más sostenibles, ya que las especies de peces utilizados en el fraude suelen ser más abundantes que las especies a las que sustituyen.
Los investigadores comentan que este estudio es el primero en analizar el impacto ecológico y financiero que tiene el etiquetado incorrecto del pescado. Se considera que puede ser de gran ayuda para quienes manejan el mercado del consumo de pescado, y trabajar con el objetivo de que los consumidores se decanten por estas opciones más sostenibles, a fin de cuentas, estos productos marinos sujetos al fraude, sean de mayor o menor valor comercial, se consumen y se demuestra que pueden ser aceptados por los consumidores.
El enfoque es interesante, pero quizá podríamos pensar que no tiene mucho sentido argumentar que el fraude favorece la sostenibilidad de los ecosistemas marinos, por un lado se debe atajar el fraude, por otro, ofrecer a la población información sobre estas especies que ahora son de menor valor comercial, que son más sostenibles por ser más abundantes, qué características nutricionales tienen, etc. Pero posiblemente, en el momento en el que estas especies se comercializaran de forma legal y se incrementara la venta, el precio aumentaría y no sería extraño que algunos empezaran a buscar especies que fueran de un valor comercial inferior para sustituir a estas que en su momento estaban sujetas al fraude, creándose un círculo vicioso.
Volviendo a la investigación, se analizaron los resultados de varios estudios científicos en los que se realizaron análisis del ADN del pescado recogido en diferentes lugares, restaurantes, tiendas de comestibles, puertos, mercados, etc., estos estudios tenían como objetivo determinar si se había producido un etiquetado incorrecto. Posteriormente y con la identificación de las especies sujetas al fraude, se analizó el estado de conservación y el precio de mercado que tenían, tanto las especies utilizadas para la sustitución, como las especies que eran sustituidas.
Se encontraron diferentes estados de conservación de las especies a través de taxones (grupos de pescados emparentados que tienen similares características). Los expertos comentan que en ocasiones, es posible que se adquiera un pescado de menor valor comercial que tenga más peligro de conservación que el pescado que en principio se quería comprar (pero que ha sustituido de forma fraudulenta), pero también puede ocurrir lo contrario, que las especies que sustituyen tengan un mejor estado de conservación que las sustituidas. Con estas dos tendencias generales apreciadas en el estudio, se pretende destacar la diversidad de estas diferencias.
Del análisis realizado se desprende que los consumidores están pagando un poco más por el pescado mal etiquetado, según las estimaciones realizadas, el valor de los pescados reales rondaba el 97% del valor de los pescados etiquetados incorrectamente. Esta investigación no ha examinado las posibles razones del etiquetado incorrecto, algo que no entendemos, dado que argumentan que se trata del primer estudio que mide el impacto ecológico y financiero que tiene el etiquetado incorrecto, precisamente el mal etiquetado está relacionado con el fraude y el aspecto financiero. Se especula que si bien podía existir intención de engañar a los consumidores, también podría ser probable que simplemente se trate de un error, que mercados y restaurantes almacenen y sirvan pescado que consideran correctamente etiquetados y que son las opciones más abundantes y económicas.
Argumentan que la sustitución se puede producir en cualquier eslabón de la cadena de suministro, ya que un filete de pescado blanco se puede parecer a otros filetes de otras especies, pero la realidad es que esto es más difícil que ocurra si en origen se parte de un etiquetado correcto. No hay excusa, no se producen tantos errores, son actos cometidos a conciencia y aunque el margen económico pueda parecer pequeño según refleja el estudio, hay que ver ese margen según el volumen de ventas y el tiempo en el que se comete el fraude.
En esta investigación se identifica qué pescados tienen más probabilidades de que sean mal etiquetados, los pescados que tienen diferencias relativas al estado de conservación en comparación con las especies reales que deberían haber sido según el etiquetado. Se cita como ejemplo al pargo, uno de los pescados que se suelen etiquetar incorrectamente, se trata de una especie cuyo estado de conservación se encuentra entre vulnerable y amenazada, algo que delata que la población no es abundante, pero es que las especies que se utilizan para sustituirlo están consideradas en peligro de extinción.
La investigación es interesante por el punto de vista que adopta y por poner de manifiesto que comprar pescado mal etiquetado puede amenazar a las especies que sustituyen y a las especies sustituidas. Por ello, es importante que se sigan los consejos de Oceana, evitar el etiquetado incorrecto facilitará mejorar la conservación de las especies amenazadas. Podéis conocer todos los detalles del estudio a través de este artículo publicado en la página de la Universidad de Washington, y en este otro publicado en la revista científica Conservation Letters.
Foto 1 | Devin Hunter
Foto 2 | Bernard Spragg