Como ya hemos comentado en más ocasiones, las cifras actuales de desperdicio alimentario son muy elevadas, hace casi 10 años un estudio encargado por la FAO determinaba que en el mundo se tiraban 1.300 millones de toneladas de alimentos a la basura, cifra que se ha ido incrementando año tras año a pesar de que han aumentado los esfuerzos para reducir la pérdida y desperdicio de alimentos, y de que hay mayor conciencia de los consumidores (una parte) acerca de este problema.
Pues bien, parece que el problema está lejos de solucionarse, ya que se cumplen las previsiones de un estudio de 2018 desarrollado por Boston Consulting Group (BCG), una de las firmas de consultoría más prestigiosas del mundo. Según los datos, el desperdicio alimentario podría incrementarse en unos 2.100 millones de toneladas antes de 2030, cifra que contrasta con el objetivo marcado por la ONU en su agenda global para reducir el desperdicio alimentario en un 50% para el 2030.
Reducir la pérdida y desperdicio de alimentos se traduce en una reducción del gasto energético, la liberación de gases que favorecen el calentamiento del planeta y, por tanto, se ralentiza el cambio climático, se podría mejorar la seguridad alimentaria de millones de personas, evitar el despilfarro de diferentes recursos como el agua y la tierra, reducir el volumen de residuos, y así un largo etcétera de beneficios. En Estados Unidos y la Unión Europea se han puesto en marcha programas para reducir ese enorme despilfarro de alimentos, pero no son eficaces, es necesaria una completa implicación por parte de gobiernos, productores distribuidores y consumidores, de lo contrario, el desperdicio seguirá aumentando con todas las consecuencias que ello conlleva.
El desperdicio alimentario camina en paralelo a la inseguridad alimentaria, resulta incongruente que un tercio de los alimentos que se producen en el mundo sean desperdiciados, mientras que millones de personas pasan hambre y no pueden acceder a una alimentación adecuada. Según datos de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) del año pasado, más de 800 millones de personas pasan hambre, millones de personas carecen de vitaminas y minerales esenciales para tener una vida activa y saludable. El sistema alimentario actual y sus estándares de mercado causan un gran daño ambiental, pero puede agravarse significativamente debido al incremento del consumo de alimentos procesados y alimentos de origen animal en los países con economías bajas y medias.
Todos esos alimentos que acaban en los vertederos se convierten en una importante fuente de emisiones de carbono y metano, a esto hay que sumar todos los recursos utilizados para transportar los residuos, que también generan un gran volumen de gases y contaminación en general. Lo cierto es que el coste del desperdicio alimentario es muy elevado, mucho mayor de lo que imaginan muchas personas, su impacto es demasiado significativo como para seguir obviándolo y no poner en marcha planes que sean efectivos para luchar contra este grave problema.
La industria alimentaria produce suficientes alimentos como para alimentar a todos los habitantes del planeta, pero el actual sistema alimentario y la legislación son realmente ineficientes, es necesario un cambio muy profundo que se oriente hacia una economía circular, pero existen demasiados intereses económicos creados que lo impiden. Si las previsiones de Boston Consulting Group se cumplen, el panorama del futuro alimentario es lamentable. Podéis conocer más detalles del informe de esta consultora en su página oficial.