Ayer se dio a conocer el texto final del acuerdo alcanzado en el marco de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que tendrán que firmar los 196 países que han estado presentes en la Cumbre del Clima. El acuerdo sobre el cambio climático reconoce la prioridad de la seguridad alimentaria, algo que ha sido elogiado por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), explicando que es la primera vez en la historia que en un acuerdo global del cambio climático aparece la seguridad alimentaria como una necesidad y prioridad a tener en cuenta.
En el convenio se reconoce la prioridad fundamental de salvaguardar la seguridad alimentaria y la erradicación del hambre, así como la especial vulnerabilidad que tienen los actuales sistemas de producción alimentaria a los impactos del cambio climático. Pero lo cierto es que en este texto, en lo que se refiere a alimentos y seguridad alimentaria se realizan pocas referencias, además de la indicada, en el artículo 2 apartado B de este convenio podemos leer que es necesario aumentar y fomentar la capacidad de adaptación a los efectos adversos del cambio climático y reducir la emisión de gases de efecto invernadero para evitar que amenace a la producción alimentaria.
La FAO lanza las campanas al vuelo argumentando que es un cambio de juego para los 800 millones de personas que padecen hambre crónica, y para el 80% de las personas pobres del mundo que viven en zonas rurales y dependen de la producción alimentaria para comer y obtener ingresos. Sin embargo, hay que decir que el acuerdo alcanzado es tachado por muchas organizaciones ambientalistas que forman el movimiento por la justicia climática, de una farsa en la lucha contra el cambio climático, consideran que no se han presentado medidas eficaces y precisas que luchen de forma real contra el calentamiento del planeta.
Organizaciones como Amigos de la Tierra denuncian que el artículo 4 de este convenio sobre el cambio climático, es una carta blanca al incremento de las emisiones de los gases de efecto invernadero, no se presentan objetivos concretos y da pie a que los países puedan seguir liberando estos gases hasta la segunda mitad de siglo. Tampoco se establece una meta para acabar con las emisiones, ni la cantidad indispensable que se debe reducir. Por ello se considera que el hecho de que el acuerdo sea vinculante sólo en partes, no significa que sea un paso decisivo en la lucha contra el calentamiento del planeta y el cambio climático.
Se acuerda que es necesario reducir el pico mundial de la emisión de gases de efecto invernadero a la mayor brevedad posible, reconociendo que cada país manejará la situación y que dependiendo del país, necesitará más o menos tiempo para alcanzar ese objetivo. Los datos precisos de las emisiones serán necesarios para poder llevar a cabo una estrategia acorde a la información científica que permita lograr un equilibrio entre las emisiones antropógenas por las fuentes, y la absorción por los sumideros de gases de efecto invernadero en la segunda mitad de este siglo, en base a la equidad y en el contexto del desarrollo sostenible y los esfuerzos para erradicar pobreza. Cada país deberá preparar un plan de trabajo y comunicar qué objetivos de reducción esperan alcanzar, de este modo los países que trabajen para la reducción de la liberación de gases a nivel nacional, estarán trabajando para alcanzar el objetivo común que afecta al planeta.
El convenio está formado por 29 artículos, en ninguno de ellos se habla de los plazos de revisión para analizar los compromisos adquiridos que permanecen con carácter voluntario, se mantiene el umbral de los 2ºC y apenas se habla de reducir el umbral a 1’5ºC o de las herramientas que se deben utilizar para alcanzar ese objetivo. Sobre estas cuestiones, merece la pena dar un vistazo al artículo publicado por Amigos de la Tierra. Volviendo a la alegría de la FAO porque en este convenio se ha reconocido la prioridad de la seguridad alimentaria, quizá se reconozca, pero a juzgar por lo que se lee en el convenio, pocos esfuerzos se van a realizar en este sentido. Parte de la financiación para la adaptación y mitigación de los países no industrializados (100.000 millones de dólares), sale del texto para pasar a formar parte de un anexo de decisión de la COP y que se empezará a entregar a partir del año 2020. No se reconoce que la financiación climática deba ser adicional a la ayuda oficial al desarrollo para los países no industrializados.
La lucha contra el hambre y el clima deben ir de la mano, algo lógico teniendo en cuenta que la seguridad alimentaria está amenazada por el cambio climático, algo que se destacaba en este informe de la FAO, en el que se explicaba cómo afecta a los países en vías de desarrollo el cambio climático y los desastres naturales que provoca, siendo una seria amenaza para la seguridad alimentaria de estos países. En definitiva, esa alegría debería ser más comedida, ya que en el acuerdo alcanzado en París no se muestra un claro compromiso en la lucha contra el cambio climático a pesar de saber que es un grave problema constatado para el desarrollo de la seguridad alimentaria mundial, al respecto merece la pena retomar este post que habla sobre el informe presentado por el USDA (Departamento de Agricultura de los Estados Unidos).
Hay muchos temas que ni siquiera se han tratado y que tienen que ver con el cambio climático, como por ejemplo la reducción de la producción de ganado y la necesidad de llevar a cabo un cambio en la dieta mundial, recordemos que la producción de vacuno tiene un peso significativo en la liberación de gases de efecto invernadero. No es de extrañar que organizaciones ambientalistas, movimientos sociales y ciudadanos en general se hayan movilizado en París de forma pacífica ante este acuerdo que se considera decepcionante. Podéis conocer todos los detalles del convenio a través de este enlace (Pdf).
Foto 1 | CIAT