Miguel Herrero, doctor en ciencia y tecnología de los alimentos por la Universidad Autónoma de Madrid, e investigador en el Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación (CIAL), es autor de ‘Los bulos de la nutrición‘, un libro que aborda de manera clara y accesible muchas de las creencias equivocadas que rodean al mundo de la alimentación.
En esta obra, el investigador se dedica a desmontar mitos comunes en torno a la alimentación, además de aclarar conceptos que a veces resultan difíciles de entender para el público general. Miguel Herrero nos invita a explorar la verdad detrás de lo que creemos saber sobre los alimentos, y para ello nada mejor que utilizar la ciencia como herramienta para separar lo que es real de las falsas creencias.
Un bulo es una noticia falsa que se difunde de una manera rápida y los que están relacionados con la nutrición pueden ser especialmente dañinos. Recordemos, por ejemplo, uno que se extiende últimamente por las redes sociales, hablamos de la geofagia o la práctica de comer tierra. El caso es que Miguel Herrero apunta que “alimentarse es un acto voluntario”, y por eso mismo la gente es más susceptible a creer en esas supuestas “verdades” que se les presentan, incluso si no tienen respaldo científico. Esto ocurre porque muchas veces se buscan explicaciones simples a problemas complejos, y si esa explicación procede de alguien que conocemos o confiamos, es más probable que sea aceptada.
Uno de los conceptos más comunes pero mal interpretados es el de las diferencias entre una alergia y una intolerancia alimentaria. Mientras que una alergia es una reacción del sistema inmunológico que puede ser grave, pudiendo provocar anafilaxia (reacción alérgica severa), una intolerancia es la dificultad del organismo para digerir ciertos alimentos, lo que puede causar molestias digestivas, pero no supone un riesgo inmediato.
En el mercado podemos encontrar muchos productos que se anuncian como “ricos en antioxidantes”, prometiendo beneficios para la salud e incluso la prevención de enfermedades como el cáncer. Sin embargo, el investigador explica que aunque los antioxidantes pueden tener efectos positivos, no hay suficiente evidencia científica que respalde que un consumo excesivo de estos compuestos sea efectivo para prevenir enfermedades de un modo general. En definitiva, comer alimentos ricos en antioxidantes es saludable, pero no es un remedio milagroso.
En el libro se habla de los aditivos, compuestos que se añaden a los alimentos para mejorar su sabor, textura, color, preservar su frescura, etc. A menudo se piensa que todos los aditivos son perjudiciales, cuando en realidad muchos son necesarios para mantener la calidad y seguridad de los alimentos. Cada aditivo está regulado por estrictas reglamentaciones que determinan cuánto se puede usar para que sea seguro para la salud. En este punto, el investigador reconocerá que en ocasiones se han aprobado aditivos que posteriormente se ha demostrado que eran peligrosos, un ejemplo es el dióxido de titanio (E171), o algunos aditivos aromáticos de ahumados (aromas de humo). Ahora se están empezando a descubrir ciertos problemas con otros de esos aditivos tan estrictamente regulados, por ejemplo la nisina (E-234), o el E551 (dióxido de silicio).
Para el autor del libro y para cualquier experto, leer las etiquetas alimentarias es imprescindible, pero también puede ser una tarea complicada y más sabiendo que se pueden utilizar una infinidad de nombres para un mismo ingrediente, por ejemplo, se utilizan 590 nombres alternativos al aceite de palma y la mayoría de estos nombres son desconocidos para los consumidores. Lo mismo ocurre con el azúcar y otros ingredientes y aditivos.
La información nutricional que aparece en las etiquetas ha sido obligatoria desde el año 2016 y puede ayudarnos a tomar decisiones de compra más conscientes. Como ya hemos explicado en otras ocasiones, los ingredientes se presentan de mayor a menor peso, lo que significa que el primero de la lista es el que está presente en mayor proporción en el producto. Por ejemplo, si el azúcar es el primer ingrediente de un cacao soluble, ese producto tendrá más azúcar que cacao y un ejemplo claro es la Nutella. La industria alimentaria también utiliza declaraciones nutricionales que pueden resultar engañosas, como “rico en fibra” o “bajo en calorías”, y aunque técnicamente se pueden considerar ciertas, estas declaraciones pueden hacernos creer que el producto es más saludable de lo que realmente es, sin considerar el contenido total del producto alimenticio.
Hay muchos bulos de la nutrición, uno citado que está muy extendido es que la miga del pan engorda más que la corteza, cuando en realidad es al contrario. La miga contiene más agua, por lo que, a igualdad de peso, la corteza tiene una mayor concentración de calorías. Pero, ¿por qué creemos en los bulos? Su difusión se basa en la búsqueda de respuestas rápidas y fáciles, y en muchas ocasiones en un mundo donde la información científica es difícil de encontrar. A esto sumamos la tendencia humana de confirmar nuestras creencias, lo que nos hace más vulnerables a aceptar como verdad algo que refuerza lo que ya pensamos.
‘Los bulos de la nutrición’ es un libro que invita a reflexionar sobre cómo nos alimentamos y de dónde procede la información que seguimos, invita a que los consumidores se enfrenten a esas ideas preconcebidas y las desmientan con evidencia científica. Podéis conocer más detalles del libro a través de esta presentación en la página oficial del CSIC, y está disponible en Amazon, en papel por 13 euros y en versión digital por 6’64 euros.
Editorial CSIC y Catarata
ISBN: 978-84-00-11315-5