Las redes sociales han transformado la forma en que las personas acceden a la información en materia de salud y nutrición. En este año que está a punto de acabar, plataformas como Instagram, TikTok y YouTube han desempeñado un papel importante en la difusión de tendencias nutricionales, desde dietas concretas hasta ingredientes de moda. Realizando un repaso sobre cómo han impulsado las redes sociales las tendencias nutricionales en 2024, podemos comprobar que las plataformas mencionadas, han convertido el bienestar en una tendencia viral.
Pero también han promovido en gran medida la desinformación. Mientras que unos usuarios encuentran en estas herramientas una forma accesible para aprender sobre nutrición y salud, otros caen en trampas como los mitos nutricionales, los productos milagro y las prácticas nutricionales que no cuentan con ningún aval científico.
En 2024 la influencia de las redes sociales en la alimentación creció de forma exponencial, destacando tendencias como los nootrópicos para la salud mental, es decir, sustancias que se utilizan para mejorar funciones mentales como la memoria, la atención, la creatividad y la motivación. Los polvos verdes, que son suplementos nutricionales en polvo elaborados a partir de una mezcla concentrada de vegetales, frutas, hierbas, algas y otros ingredientes ricos en nutrientes, se promocionan como una forma interesante para complementar la dieta diaria, ofreciendo beneficios como un impulso energético, mejoras en la digestión y un refuerzo del sistema inmunológico.
Tambien hemos conocido ideas tan descabelladas como la geofacia o el acto de comer tierra, los defensores de esta idea argumentan que la tierra contiene minerales y microorganismos que podrían ser beneficiosos para el sistema digestivo. Otra mala idea es seguir la denominada dieta de la sardina, plan de alimentación que supuestamente tiene la finalidad de mejorar la salud metabólica y alcanzar un estado de cetosis avanzada (el organismo produce un alto nivel de cetonas para obtener energía a partir de la descomposición de las grasas en lugar de los carbohidratos), esto implica alimentarse únicamente de sardinas durante un periodo de tiempo.
Mientras tanto, los expertos y las marcas, han trabajado de forma intensa para separar la ciencia del sensacionalismo, en un entorno donde las tendencias se construyen y difunden a la velocidad del clic. En este contexto que está dominado por los algoritmos y los likes, la información nutricional se enfrenta al reto de mantenerse fiel a los fundamentos científicos, a la vez que compite con mensajes simplificados y atractivos que buscan captar la atención del público. Este esfuerzo pretende desmentir los mitos y educar a los consumidores para que puedan diferenciar entre soluciones respaldadas por evidencia científica, y las promesas que sólo persiguen viralizarse.
La «cultura del hustle» impulsó la popularidad de suplementos como la ashwagandha y el magnesio, que se han presentado como aliados para la productividad y la gestión del estrés. Hay que decir que la denominada “cultura del hustle” hace referencia a la mentalidad de trabajo constante, que prioriza la productividad y el éxito, a menudo, sobre la salud y el bienestar. Esto puede llevar a seguir hábitos alimenticios poco saludables, como comer rápidamente, optar por alimentos procesados o rápidos de preparar y consumir, o descuidar la nutrición adecuada en favor de cumplir con las demandas laborales o personales.
Gracias a los influencers y creadores de contenido, términos como «adaptógeno» se han vuelto comunes (recordemos el café adaptógeno), y aunque esto a ayudado a visibilizar la conexión entre la nutrición y la salud mental, muchos especialistas y expertos en salud advierten que los efectos de estos productos, no deben subestimarse y tampoco deben sustituir una dieta equilibrada.
Retomando el marketing tras los citados polvos verdes, hay que decir que han dominado las redes sociales a lo largo de este año, promovidos como soluciones rápidas para el consumo diario de frutas y verduras. Estos productos lograron posicionarse como símbolos de bienestar, sin embargo y según leemos aquí, son varios expertos, como el médico especialista en endocrinología y nutrición Francisco Pita Gutiérrez, que apuntan que sustituir los alimentos frescos por suplementos procesados puede ser engañoso y perjudicial para la salud. Aunque es cierto que aportan una serie de nutrientes, estos “polvos” no replican la variedad y calidad nutricional de los alimentos frescos y naturales.
Entre las tendencias más impactantes y alarmantes se destaca la citada geofagia o consumo de tierra, tema que ha sido impulsado por la red social TikTok como una práctica saludable. Como explicábamos en el post sobre esta tendencia, aunque esta tradición existe en contextos culturales específicos, su viralización sin control científico pone en riesgo a quienes la practican, exponiéndolos a infecciones, toxicidad por metales pesados y obstrucciones digestivas.
Las redes sociales muestran un potencial educativo en salud y alimentación al simplificar conceptos complejos, pero un marketing no regulado con contenido dirigido a los menores ha fomentado el consumo de bebidas y alimentos ultraprocesados. En este sentido hay que citar un estudio en el que se concluyó que el 75% de los productos que son promovidos por influencers, no cumplen los estándares nutricionales de la OMS, de ello hablábamos en el post Influencia de las redes sociales en la venta de alimentos y bebidas poco saludables.
La realidad es que la velocidad con la que se viralizan determinadas tendencias alimentarias destaca la necesidad de aplicar un enfoque crítico. Como consumidores, debemos cuestionar lo que podemos ver en las redes sociales y siempre hay que buscar información basada en evidencias científicas. Las redes sociales pueden ser herramientas poderosas para fomentar los hábitos saludables, pero es de vital importancia que se utilicen bien y no como sustituto del consejo profesional, y es que en un mundo dominado por los likes, la salud y la nutrición no deberían convertirse en un juego de tendencias.
Foto 1 | Brigham Young University
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