Los alimentos transgénicos desarrollados por las empresas biotecnológicas para poder soportar las plagas y enfermedades, o ser inmunes a los efectos de los herbicidas como por ejemplo el Maiz Mon 810, el arroz transgénico LL62, la soja transgénica o el maíz transgénico MIR604 entre otros productos, provocan que muchos consumidores europeos desconfíen y adopten una posición negativa frente a ellos. Según un estudio, esta actitud se debe a que estos alimentos no mejoran la calidad de vida o la salud de los consumidores, tan sólo persiguen «mejorar la rentabilidad» y los beneficios para los agricultores. ¿Cómo aceptar los alimentos transgénicos, y más sabiendo que son alimentos insecticidas que contienen genes que no benefician a los consumidores y que según algunos expertos pueden afectar al medio ambiente?
El estudio realizado por investigadores de la Universidad de Wageningen (Países Bajos) indica que los consumidores podrían ser más receptivos y aceptar los alimentos transgénicos si éstos ofrecieran algún beneficio de tipo saludable o medioambiental. Para llegar a esta conclusión se realizó una prueba con un tipo de manzana modificada genéticamente ideal para aquellas personas que sufren alergia a las manzanas. La fruta en cuestión se comercializó de forma experimental en una cadena de supermercados holandesa, en tiendas de alimentación orgánica y en algunas fruterías.
Las manzanas modificadas genéticamente se empaquetaron debidamente con un folleto explicativo sobre las características y propiedades que presentaban, además se invitaba a los consumidores a participar en una encuesta para que opinaran sobre la fruta. Para lograr una mayor participación, los consumidores que rellenaban la encuesta accedían al sorteo de un bono regalo de 50 euros (de no ser así seguramente la participación habría sido más reducida). Participaron 437 personas, quienes padecían alergia a las manzanas recibieron con gran satisfacción la nueva variedad, mientras que los consumidores que no sufrían alergia a la fruta no se mostraron tan entusiasmados, esto parece algo lógico dado que no existía un beneficio directo para ellos.
El hecho de que se redujera la alergia y se constatara un beneficio personal mejoró la percepción de las manzanas modificadas genéticamente. Podríamos decir que lo mismo ocurriría con otras variedades de alimentos. Podemos citar como ejemplo el maíz transgénico vitamínico desarrollado por expertos de la Universidad de Lleida (Catalunya), investigación abierta en la que se realiza un estudio durante un periodo de dos a tres años en el que se alimenta a roedores con el maíz para constatar su inocuidad, nada que ver con los estudios de tres semanas de duración que realizan las empresas biotecnológicas con los alimentos que desarrollan con fines industriales.
Como hemos dicho en otras ocasiones, la biotecnología es una poderosa arma que puede mejorar significativamente la calidad de los alimentos, por ello discernimos dos tipos de biotecnología, la que se desarrolla buscando mejorar la salud y el medio ambiente, y la que se desarrolla con fines productivos dejando en un segundo término el respeto medioambiental o la salud.
Con respecto a las mencionadas manzanas, podemos saber que a los consumidores les preocupaba el uso de herbicidas y plaguicidas, y las reacciones ya no fueron tan positivas. La puerta de entrada a cómo aceptar los alimentos modificados genéticamente parece evidente, deben ser alimentos que ofrezcan beneficios a los consumidores y respetar el medio ambiente. Los expertos indican que ya se están desarrollando cultivos transgénicos con cualidades beneficiosas para los consumidores, un ejemplo que citan son las nuevas plantas que están desarrollando empresas como Monsanto o BASF para que contengan mayor cantidad de ácidos grasos omega-3. En nuestra opinión, estos son trabajos testimoniales, ya que sabemos que estas empresas trabajan sobre todo en el desarrollo de alimentos que soporten sequías, plagas, enfermedades y herbicidas, y generalmente con con poca transparencia, no son un ejemplo a citar, a diferencia del trabajo desarrollado por la Universidad de Lleida.
Puedes conocer más detalles sobre el estudio a través de la publicación científica Elsevier journal Food Quality and Preference.
Foto | Abhinit Tembhekar