Cada año es la misma historia y lo peor es que va a más, a los españoles nos la dan con patatas viejas, las cadenas de distribución comercializan sobre todo patata vieja francesa que ha estado conservada en cámaras durante casi un año a una temperatura de 4º C y tratada con diferentes productos químicos para evitar que germinen. Esta patata se presenta como “patata lavada” lo que confunde al consumidor, creyendo que la descriptiva alude a su inmaculada presentación, las patatas se presentan con una piel limpia y brillante, a precios que no pasan inadvertidos.
La diferencia entre las patatas nuevas que se producen en España y las patatas viejas que proceden de Francia son muy notables, las nuevas tiene una piel fina, la carne es muy blanca, contienen más agua y menos sodio y potasio, tienen mayor contenido en vitamina C y son menos calóricas. Las patatas viejas tienen una piel más gruesa, las cualidades nutricionales y organolépticas mermadas, su composición se ha alterado de modo que no son aptas para determinadas elaboraciones culinarias.
Asaja Sevilla denuncia que de la cosecha de patata temprana que se produce en nuestro país, el 70% se exporta a otros países, por lo que el mercado nacional sólo se queda un 30%, cantidad insuficiente para abastecerlo. Por tanto, en España se consume principalmente patata vieja que el sector de la distribución trae a nuestro país, se compran en Francia a precio de saldo y a pesar de que se comercialicen en nuestro país a precios económicos, la distribución obtiene un interesante margen económico. ¿Se ha perdido el gusto por la patata de calidad? Preguntamos esto porque el modo de forzar a que la distribución comercialice patata nueva es no comprar la patata vieja, deseando que se la coman, a ser posible, sin aceite.
Resulta curioso saber que los países centroeuropeos son muy exigentes con la calidad de las patatas, no aceptan las patatas viejas, de ahí que se les envíen las patatas nuevas que se producen en España, en cambio, los consumidores de nuestro país deben aceptar lo que otros países no quieren, esto es algo con lo que se puede acabar si se deja de comprar patata que no se haya producido en España. Pero hay más, la distribución no sólo inunda el mercado con patata vieja obteniendo unos buenos beneficios, también se encarga de hundir los precios en origen de la patata nueva cuando se inicia la temporada para poder obtener un buen margen de beneficios cuando se comercialicen en otros países.
De ello se advierte en este artículo de Ava-Asaja, en el que se apunta que la cotización de las patatas puede caer empicado a consecuencia de la avalancha de patatas viejas. En este artículo se denuncia también que el sector de la distribución está arruinando la temporada de la cebolla, pagando el kilo de este alimento a precios insostenibles, nada menos que 8 céntimos de euro.
Parece ser que la razón de esta situación es que se prefiere comprar cebollas de Egipto, Israel, Chipre, Chile o Perú, por lo que tanto producto importado fuerza a bajar el precio del producto autóctono. El resultado es que se plantea destruir las cosechas, ya que se sufrirán menores pérdidas que si se tratase de comercializar la producción, ya que hay que pagar la recogida y el transporte. Sevilla es la principal región productora de patata temprana de nuestro país, se producen unas 150.000 toneladas de patatas, aunque sólo unas 45.000 toneladas se quedan en España y se pueden encontrar en mercados de abasto y en fruterías y verdulerías de barrio.
En las grandes superficies podemos ver lineales llenos de patatas de importación y un pequeño espacio para la patata nacional (si lo hay), por supuesto, a un precio más elevado. Hay que huir de las descriptivas “patata lavada”, “patata producida en Francia”, “patata producida en la UE”, etc, y apostar siempre por “patata nueva” y “patata producida en España”. Como ya explicábamos aquí, da la impresión de que el canal distribución pretende destruir el tejido agroindustrial español, en su afán de obtener el mayor beneficio posible. En este caso hablábamos del hundimiento de los precios de sandías y melones en el campo en plena campaña de primavera, con precios inasumibles para los agricultores que planteaban también la destrucción de las cosechas.
Parece evidente que no se puede contar con el Gobierno nacional ni el comunitario para frenar el abuso de los márgenes de los intermediarios, pero es posible poner fin a esta especulación y garantizar precios justos para el sector agroalimentario y los consumidores, basta con tomar partido leyendo las etiquetas y evitar adquirir producto importado cuando el mismo producto se esté produciendo en España.
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