El perclorato en los alimentos podría suponer una amenaza para la salud pública, se trata de un compuesto químico presente en el medio ambiente de forma natural, pero también como resultado de las diversas actividades industriales. Ha suscitado gran preocupación debido a su capacidad para afectar a la actividad de la glándula tiroides y especialmente en aquellos segmentos poblacionales más vulnerables como los fetos, los lactantes y las personas con deficiencia de yodo.
A medida que crecen los esfuerzos regulatorios para controlar la presencia de esta sustancia, la pregunta clave sigue siendo: ¿qué grado de protección tienen los alimentos y el agua que consumimos ante este contaminante? Porque a pesar de que la EFSA (Agencia de Seguridad Alimentaria de la Unión Europea) asegura de forma provisional que no hay riesgos por el perclorato, el hecho de que indique que se trata de un dictamen provisional no da mucha confianza.
¿Qué es el perclorato y cómo afecta a la salud?
El perclorato es un compuesto químico que se utiliza en los fertilizantes, en la fabricación de fuegos artificiales y en otros procesos industriales, se trata de un contaminante que puede acumularse en el suelo y en el agua, accediendo a la cadena alimentaria a través de diferentes alimentos como, por ejemplo, las espinacas, las lechugas y otras verduras de hoja verde. Esto es debido a que estos alimentos tienen mayor capacidad de absorción de agua y nutrientes, una mayor superficie de exposición, su cultivo intensivo, y porque estas verduras acumulan los compuestos directamente en sus hojas y no en las raíces como ocurre con otras plantas.
El principal efecto en nuestra salud radica en su capacidad de inhibir la absorción de yodo por la glándula tiroides, algo que resulta esencial para la producción de hormonas tiroideas, sustancias químicas que regulan diversos procesos metabólicos de nuestro organismo. Estas hormonas son de vital importancia para el desarrollo del sistema nervioso, de ahí que afecte especialmente a fetos y lactantes y sean los grupos poblacionales más sensibles a los efectos del perclorato.
El caso es que la EFSA ha revisado recientemente los riesgos asociados al perclorato, ajustando la ingesta diaria tolerable (TDI) de 0.3 a 1.4 microgramos por kilo de peso corporal, algo que se puede leer en el Reglamento (UE) 2023/915 de la Comisión de 25 de abril de 2023. En este caso, se trata de una actualización que se basa en sistemas más precisos para evaluar los efectos del perclorato en el organismo humano, que sugieren que los niveles actuales de exposición no representan un riesgo significativo para la población general. Sin embargo y como ya indicábamos, este dictamen no inspira confianza y el debate sobre la seguridad se mantiene, sobre todo si se considera la exposición acumulativa y su impacto en las poblaciones más vulnerables.
La Unión Europea ha tomado medidas para limitar la presencia del perclorato en los alimentos y el agua potable, desde el año pasado las normativas establecen un límite máximo de 0.05 miligramos por kilo en frutas y verduras, con restricciones aún más estrictas para aquellos alimentos destinados a la alimentación de bebés y niños pequeños. Por otro lado, se han emitido recomendaciones para vigilar los niveles de perclorato en los productos agrícolas, en las bebidas y en los alimentos procesados, con el fin de garantizar que el nivel de este compuesto químico se mantenga lo más reducido posible.
Recientemente la EFSA lanzó una consulta pública para recabar opiniones, datos y comentarios sobre la última evaluación realizada del perclorato en alimentos. Esta consulta que estará vigente hasta el próximo 11 de febrero de 2025, pretende involucrar a investigadores, organizaciones y consumidores que están interesados en contribuir a mejorar la seguridad alimentaria. Quienes participen podrán enviar sus observaciones y opiniones a través de las correspondientes plataformas digitales que en teoría aseguran un proceso transparente y colaborativo.
¿Cómo llega el perclorato a los alimentos?
Las principales fuentes de contaminación incluyen los fertilizantes que se utilizan en la agricultura, la degradación de desinfectantes en el agua y las actividades industriales. Todas estas prácticas y actividades introducen el perclorato en el medio ambiente, acumulándose especialmente en los cultivos y las aguas subterráneas. Hay que apuntar que las hortalizas y verduras de hoja verde y los productos cultivados en invernaderos, son los más propensos a contener altos niveles de esta sustancia contaminante.
La EFSA comenta que una constante vigilancia y las investigaciones sobre las fuentes de contaminación, son un trabajo esencial para reducir la presencia del perclorato en la cadena alimentaria. Algunas de las prácticas que pueden minimizar la presencia de esta sustancia en los alimentos que se producen son: utilizar fertilizantes con un bajo contenido en perclorato, mejorar las prácticas agrícolas e implementar nuevas normativas más estrictas.
El trabajo que están llevando a cabo los expertos de la EFSA sobre el perclorato está sujeto a una petición de la Comisión Europea para que se reevaluaran los riesgos de esta sustancia química, teniendo en cuenta los nuevos datos que han aportado nuevas investigaciones y una metodología actualizada desde que la EFSA realizara la evaluación en el año 2014, y cuyos resultados podéis conocer en este artículo de la Unión Europea.
En definitiva, aunque se dice que los niveles actuales de exposición “parecen” seguros para la mayoría de la población, el desafío radica en garantizar que las regulaciones, investigaciones y controles se mantengan en la vanguardia, y para ello hay que tener en cuenta todas las nuevas investigaciones que aparecen en el mundo. Recordemos que la EFSA suele tardar mucho en tener en cuenta los nuevos datos científicos y eso sí se debería cambiar con urgencia.