Recientemente hemos podido saber que la EFSA (Agencia de Seguridad Alimentaria de la Unión Europea) ha reevaluado la sacarina y sus sales de sodio, calcio y potasio (E954), concluyendo que la sacarina es segura para el consumo humano. Además, la agencia ha revisado y aumentado la ingesta diaria aceptable, pasando de los 5 a los 9 miligramos diarios por kilo de peso corporal.
La sacarina conocida químicamente como 1,2‐benzisotiazol‐3(2H)‐ona‐1,1‐dióxido, es un edulcorante artificial que ha suscitado entusiasmo pero también polémica a lo largo de su historia. Su uso está autorizado como aditivo alimentario con el código E954, y desde hace años este edulcorante artificial no calórico y sus sales de sodio, potasio y calcio, han sido un pilar en la industria alimentaria, sobre todo en aquellos productos dirigidos a las personas que buscan reducir su ingesta calórica o controlar el azúcar en sangre.
Pero, ¿qué sabemos realmente sobre esta sustancia? En este sentido será interesante conocer su origen, los estudios a favor y en contra, las últimas investigaciones científicas acerca de su seguridad, etc. Empezamos por su origen, la sacarina fue descubierta accidentalmente en 1879 por Constantin Fahlberg e Ira Remsen, químicos de la Universidad Johns Hopkins que estaban trabajando en derivados del alquitrán de hulla (subproducto espeso y oscuro que se genera al calentar carbón a altas temperaturas en ausencia de oxígeno). El descubrimiento marcó un hito, ya que la sacarina se convirtió en el primer edulcorante artificial comercializado.
Al principio, el uso de la sacarina era limitado, pero durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, la escasez de azúcar impulsó su popularidad como alternativa para endulzar. En las décadas posteriores se consolidó como una opción ideal para las personas con diabetes, así como una alternativa para reducir las calorías en los alimentos y las bebidas. Sin embargo, hay que destacar que su historia ha estado marcada por diferentes irregularidades, incluyendo las controversias sobre su seguridad.
El bloque que defiende las bondades de la sacarina destaca varios aspectos positivos, su bajo o nulo impacto calórico (razón principal de su popularidad), que se trata de un producto apto para diabéticos porque no afecta a los niveles de glucosa en sangre, su alta capacidad edulcorante, pues es entre 300 y 700 veces más dulce que el azúcar, lo que facilita usar cantidades mínimas en alimentos y bebidas, y su gran estabilidad química, ya que es resistente al calor y a diferentes condiciones de pH (grado de acidez o basicidad), lo que la hace versátil en aplicaciones culinarias e industriales.
Pero la sacarina también ha sido objeto de críticas y preocupaciones, el bloque que está en contra de su uso argumenta que existen controversias sobre su seguridad, apuntando a estudios realizados en la década de los 70 con roedores de laboratorio, en los que se sugería una posible relación entre el consumo de sacarina y el desarrollo de cáncer de vejiga. Esto llevó a restricciones y advertencias en algunos países, pero es necesario apuntar que en estudios posteriores no se pudieron confirmar estos hallazgos en los seres humanos. El sabor residual es otro aspecto negativo, algunas personas perciben un sabor metálico o amargo tras su consumo, lo que inevitablemente ha limitado su aceptación en algunos mercados específicos.
Se ha apuntado a posibles problemas en el proceso de fabricación, la propia EFSA identificó posibles preocupaciones sobre impurezas genotóxicas en la sacarina producida mediante el proceso Maumee, método químico que utiliza diferentes materias primas y reacciones químicas para sintetizar el compuesto. Pero, posteriormente la agencia descartó esos riesgos en la variante fabricada por el método Remsen-Fahlberg, método por el que la sacarina se sintetiza a partir de compuestos derivados del tolueno (hidrocarburo aromático), mediante una serie de reacciones químicas que incluyen sulfonación, amonólisis y oxidación.
Ahora, el reciente dictamen científico de la EFSA resulta más favorable que antes, se ha reevaluado la seguridad de la sacarina y sus sales, siendo uno de los aspectos clave la actualización de la ingesta diaria admisible, que como hemos comentado, pasa de 5 mg/kg a 9 mg/kg de peso corporal por día. Dicho cambio es el resultado de los nuevos estudios que consideran el descenso del peso corporal en las pruebas con animales, como un punto de referencia relevante.
En las conclusiones de la EFSA se señala que los niveles de exposición crónica a la sacarina se mantienen por debajo de la ingesta diaria admisible en la población en general, lo que confirma su seguridad en los actuales usos. Sin embargo, se recomendó a la Comisión Europea que revise las especificaciones, para garantizar la pureza de la sacarina y minimizar los riesgos asociados a los procesos de fabricación que son menos seguros.
De todos modos, merece la pena recordar que se ha hablado mucho últimamente sobre los edulcorantes químicos no calóricos en general, debido a diferentes estudios que los han puesto en tela de juicio. Por ejemplo, un estudio israelí de 2014 concluía que el consumo de este tipo de edulcorantes influía en la composición y las funciones de la flora intestinal, lo que incrementaba el riesgo de intolerancia a la glucosa. Otro estudio realizado por expertos de la Universidad Anglia Ruskin concluía que el neotame es un edulcorante no calórico que puede dañar el epitelio intestinal.
También hay que citar un estudio llevado a cabo por expertos de la Facultad de Medicina de la Universidad Estatal de Florida, apuntaba una relación entre el consumo de aspartamo con el déficit de memoria y aprendizaje. Otro trabajo de la Universidad de Calgary y la Universidad de Alberta (Canadá) afirmaba que el consumo de edulcorantes artificiales durante el embarazo podría afectar al microbioma del futuro bebé, provocar un incremento del porcentaje de grasa en el organismo y aumentar el riesgo de sufrir obesidad.
Por cierto, merece la pena retomar la lectura de los dos siguientes post: Sesgos en las investigaciones sobre los beneficios de los edulcorantes artificiales, y la respuesta opositora: La industria de los edulcorantes artificiales se defiende de la acusación de sesgo. Y en medio de esta polémica se pronuncia la OMS (Organización Mundial de la Salud) aconsejando no utilizar edulcorantes sin azúcar para el control del peso corporal.
Aunque la mayoría de los estudios más recientes concluyen que la sacarina es segura para el consumo humano en las cantidades permitidas, su historial de controversias y especialmente en lo que respecta a sus efectos sobre el cáncer y la microbiota intestinal, ha incrementado la preocupación de algunos sectores de la industria alimentaria. A pesar de ello, autoridades reguladoras como la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos), la EFSA y otras organizaciones internacionales, han reafirmado que la sacarina es segura cuando se consume dentro de los actuales límites establecidos.
Podéis conocer más detalles de la reevaluación de la EFSA a través de este enlace en su web.
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