El hambre es una sensación que va mucho más allá de un simple vacío en el estómago, mientras decidimos si comer o esperar, nuestro cerebro lleva a cabo una compleja batalla de señales neuronales que determinan cuándo y cuánto comemos, pero también cómo nos sentimos emocionalmente e incluso cómo actuamos en nuestro día a día. El caso es que ahora podemos saber que los investigadores han dado un gran paso para comprender mejor cómo gestiona el hambre nuestro cerebro, descubriendo una nueva pieza del puzzle del circuito neuronal que regula nuestro apetito. Se trata de un tipo de neurona desconocido hasta ahora, que actúa de contrapeso y reprime inmediatamente el impulso de comer.
Este nuevo descubrimiento arroja luz sobre un modelo cerebral que trasciende de los dos tipos de neuronas relacionadas con el hambre y la saciedad, las AGRP (que fomentan el hambre) y las POMC (que promueven la saciedad) que se localizan en el hipotálamo, una región cerebral que actúa como centro regulador de muchas de nuestras necesidades biológicas.
Hasta la fecha, se creía que estas dos neuronas al recibir la señal de la leptina (hormona que regula el peso corporal), eran las principales responsables de la gestión del hambre y la saciedad, sin embargo, los expertos consideraban que este modelo parecía incompleto, ya que la respuesta de la neurona POMC no es lo suficientemente rápida para frenar el apetito en el corto plazo.
Mediante un exhaustivo estudio de secuenciación de ARN en el núcleo arqueado del cerebro (estructura que juega un papel crucial en la regulación del apetito y el metabolismo), los investigadores han identificado una nueva neurona denominada BNC2. Este tipo de neurona también responde a la leptina y se activa rápidamente ante las señales de la comida, suprimiendo el hambre de forma casi inmediata. Las neuronas BNC2 inhiben el apetito y alivian las emociones negativas que acompañan al hambre, como son la ira, la irritabilidad y la incomodidad. Las BNC2 actúan inhibiendo a las neuronas AGRP, proporcionando una “señal de frenada” rápida y eficiente, que complementa la acción más lenta de las neuronas POMC.
El impacto emocional del hambre
Más allá del control de nuestro apetito, el hambre puede ejercer una gran influencia sobre nuestro estado emocional. Recordemos el estudio realizado por expertos de la Universidad Anglia Ruskin (Reino Unido), en el que se concluía que el hambre está directamente relacionada con un aumento de la irritabilidad y la ira. En esta investigación se evaluó a un grupo de personas durante 21 días, mediante una aplicación que registraba su nivel de hambre y su estado emocional en diferentes momentos del día. Los resultados mostraron que el hambre era responsable de un 37% de la variabilidad en la irritabilidad, y de un 34% en la variación de la ira, además de reducir considerablemente los niveles de placer. Los resultados sugerían que cuando sentimos hambre, nuestro bienestar emocional se ve significativamente afectado, siendo curioso que muchas personas ni siquiera sean conscientes de que el hambre es la causa de las emociones mencionadas.
Esta relación entre el hambre y las emociones puede explicar el efecto “hangry”, palabra resultante de una combinación de “hungry” y “angry” (hambriento y enfadado), fenómeno común que destaca cómo la falta de comida puede hacer que reaccionemos con menos paciencia o tolerancia. Los expertos sugieren que simplemente reconociendo que estas emociones son causadas por el hambre, podríamos controlarlas mejor y se reducirían esos comportamientos impulsivos y reacciones negativas. Esto podría tener implicaciones importantes en la vida cotidiana, ya que el hecho de saber cuándo estamos hambrientos, puede ayudarnos a tomar decisiones más racionales y evitar conflictos innecesarios.
El hambre y sus efectos en el comportamiento
El hambre también puede modificar nuestra conducta en otras áreas de maneras sorprendentes, un curioso ejemplo es la influencia que tiene en nuestras decisiones de compra. Según un estudio de la Universidad del Sur de California y la Universidad de Minnesota, ir de compras con hambre nos hace ser más propensos a comprar de todo, no sólo alimentos, también otros productos que no están relacionados con la comida, hasta el punto de que puede hacer que gastemos hasta un 60% más de lo que gastaríamos sin hambre.
Los investigadores explicaban que la sensación de hambre genera en el cerebro un deseo general de “conseguir cosas,” lo que nos lleva a comprar más de lo necesario. El impulso biológico de satisfacer una necesidad primaria como es la de “comer” se transforma en un deseo de “poseer”, lo que significa que cualquier objeto puede parecer más atractivo cuando estamos hambrientos, sin importar si realmente nos sirve para satisfacer nuestro apetito.
Este conjunto de descubrimientos tiene amplias implicaciones para la comprensión del comportamiento humano, así como el desarrollo de tratamientos para problemas de salud relacionados con la alimentación. Ahora que se sabe que las neuronas BNC2 actúan rápidamente para inhibir el hambre y las emociones negativas asociadas, los expertos trabajan para determinar si estimular este tipo de neuronas podría ayudar a controlar la obesidad y mejorar el control del azúcar en personas con diabetes. Hay que decir que este descubrimiento puede abrir nuevas líneas de investigación sobre cómo el cerebro regula otras conductas instintivas, como por ejemplo el sueño o el impulso de cuidarse a sí mismo.
Aún queda mucho por investigar, pero cada vez se está más cerca de entender cómo nuestro cerebro gestiona el hambre, lo que podría ayudar a mejorar la salud y el bienestar en el futuro. Podéis conocer todos los detalles de la investigación a través de este artículo publicado en la página de la Universidad Rockefeller, y de forma más extensa en este otro publicado en la revista científica Nature.
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