La mayor comprensión por parte de los consumidores sobre lo que significa ‘bajo en grasas’ o ‘sin grasas’, es la principal causa por la que cae la demanda de estos productos alimenticios año tras año. Los expertos creen que probablemente es el fruto del creciente reconocimiento de que los alimentos mínimamente procesados y ricos en grasas se ajustan mejor a las necesidades nutricionales.
Quizá sea interesante profundizar un poco más en la historia, para entender el panorama actual y por qué cae la demanda de alimentos y bebidas bajos en grasas o sin grasas. En la década de los 90 el panorama alimentario estaba dominado por una tendencia que hoy resulta casi incomprensible, la obsesión por los productos bajos en grasa o sin grasa. En aquel entonces la industria alimentaria abarrotó el mercado con todo tipo de productos alimenticios que prometían ser la solución perfecta para perder peso y mantenerse saludable. El común denominador era un mensaje, si no tenía grasa, debía ser bueno para ti.
Claro, que este contexto no surgió de la nada, fue impulsado por una obsesión social con la delgadez extrema, que especialmente se inició en el mundo de la moda, donde se idealizaban los cuerpos extremadamente delgados derivando en una relación complicada con la alimentación. Por fortuna, aunque estos productos bajos en grasa tuvieron un éxito muy notable en el mercado, pronto se descubrió que no eran tan saludables como prometían, y es que para compensar la falta de sabor y textura que proporcionaba la grasa se añadían a los productos grandes cantidades de azúcar y otros aditivos.
Obviamente esta situación condujo a un aumento significativo del consumo de azúcar, y una gran mayoría de consumidores no eran conscientes de ello. De este modo, mientras los productos bajos en grasa o sin grasa triunfaban en el mercado, aumentaba el número de personas que tenían sobrepeso y enfermedades relacionadas con una dieta rica en azúcares. La creciente evidencia científica y el acceso a más información a través de internet y los medios de comunicación, ayudaron a desmitificar la idea de que la grasa era el enemigo.
Paralelamente se puso de manifiesto que el azúcar y especialmente los azúcares añadidos, eran mucho más perjudiciales para la salud de lo que se creía hasta el momento. Al entender que el organismo necesita ciertos tipos de grasas para funcionar correctamente, los consumidores comenzaron a alejarse de los productos ultraprocesados bajos en grasa o sin grasa, optando por alternativas más naturales y con menor nivel de procesamiento. Este cambio de actitud no fue solo impulsado por una mejor comprensión de la nutrición, también influyó el creciente interés en la salud intestinal.
Se descubrió que los productos lácteos enteros como el yogur con toda su grasa, contienen bacterias vivas (probióticos) que ayudan a mejorar la flora intestinal, proporcionando un impacto positivo en la salud en general. Esto contribuyó a que las ventas de productos lácteos enteros comenzaran a incrementarse y a su vez, los yogures sin grasa empezaron a desaparecer de los lineales de los supermercados. Lo cierto es que la industria alimentaria suele ser rápida a la hora de adaptarse a las demandas del mercado, y rápidamente empezaron a reducir la producción de productos bajos en grasa, a la vez que promovían alimentos más naturales y menos procesados.
El nuevo enfoque encajaba con la tendencia hacia una alimentación «limpia», en la que los consumidores buscan productos con menos ingredientes artificiales y más nutrientes reales. Pero mientras se producía este cambio, salieron a la luz ciertas prácticas poco éticas por parte de la industria, de ellas os hablábamos en el post “La industria alimentaria manipula las investigaciones científicas desde hace décadas”.
Aunque hoy es obvio que el azúcar en exceso es muy perjudicial, durante décadas esta realidad fue silenciada, y eso es en parte debido a los esfuerzos por parte de la industria del azúcar para ocultar su relación con las enfermedades del corazón, entre otras. De hecho, desde la década de los años 60, en Estados Unidos la industria del azúcar financió investigaciones que culpaban principalmente a las grasas saturadas de ser responsables de los problemas cardíacos y otras patologías, logrando desviar la atención del azúcar.
En 1967 la Fundación de Investigación del Azúcar (ahora conocida como The Sugar Association) pagó a científicos de Harvard para que realizaran un estudio que minimizara el papel del azúcar en el desarrollo de enfermedades cardíacas. Este estudio que fue publicado en una prestigiosa revista médica, aseveraba que las grasas saturadas y el colesterol eran los principales culpables, restando importancia al consumo de azúcar y limitando sus efectos perjudiciales a problemas que consideraban poco importantes como las caries dentales. Esta conclusión fue utilizada durante décadas como base para las recomendaciones de salud pública, contribuyendo a que los alimentos bajos en grasa dominaran la industria alimentaria.
Pero la manipulación de los estudios científicos no se detuvo allí, en las posteriores décadas la industria alimentaria continuó financiando investigaciones con el objetivo de influir en las conclusiones para que favorecieran sus productos. Un ejemplo es Coca Cola que financió a la organización Global Energy Balance Network, quien promovía la idea de que la obesidad no estaba directamente relacionada con la cantidad de calorías ingeridas, sino con la falta de actividad física.
Esta narrativa desviaba de nuevo la atención del consumo de productos ricos en azúcar como los refrescos, culpando a los estilos de vida sedentarios, lo que resultaba de interés para una empresa cuyo principal producto estaba cargado de azúcar. Hay que decir que Global Energy Balance Network tuvo que cesar su actividad, y como ya explicamos en su momento, no se puede estar promoviendo la actividad física como una solución a las enfermedades crónicas, el sobrepeso y la obesidad, y silenciar a su vez uno de los puntos más importantes, la nutrición y el control de la ingesta calórica.
Estos son dos de muchos ejemplos que muestran hasta qué punto la industria alimentaria ha tenido un papel activo, para influir en la percepción pública sobre qué alimentos son o no saludables. La narrativa de que las grasas saturadas eran el enemigo número uno de la salud, fue impulsada por intereses comerciales con la finalidad de ocultar los efectos negativos del azúcar (recordemos que muchos expertos en nutrición aseguran que el azúcar es adictivo, tanto como otras drogas). Lamentablemente esta estrategia tuvo un impacto duradero en las recomendaciones de salud y en los hábitos alimenticios de millones de personas.
Hoy en día los consumidores están más informados que nunca, y la tendencia hacia los alimentos naturales, completos y lo menos procesados posible está en auge. Como comentan aquí, las ventas de productos bajos en grasa han disminuido notablemente, mientras que las opciones con toda su grasa ganan popularidad. Los consumidores que están buscando alimentos con menos aditivos, azúcares añadidos, conservantes, etc., redescubren los beneficios de consumir alimentos en su forma más natural.
Obviamente, este cambio de mentalidad beneficia la salud de los consumidores, pero también supone una oportunidad para la industria alimentaria de reconectar con sus clientes de una forma más ética y transparente. Los expertos en nutrición consideran que es crucial que sigamos siendo críticos con la información que recibimos, prestando atención a los estudios científicos y sus posibles sesgos. Por cierto, en base a la propuesta de sustituir el azúcar por edulcorantes artificiales, es interesante retomar la lectura de este post, en él hablábamos de una investigación australiana que analizó 31 estudios sobre los edulcorantes artificiales desarrollados entre el año 1978 y el año 2014, encontrando cierta manipulación de las investigaciones y supuestos sesgos.
La historia de la manipulación de los estudios científicos por parte de la industria alimentaria nos enseña que no siempre podemos confiar ciegamente en las recomendaciones de salud pública, especialmente cuando están influenciadas por intereses comerciales. Una cosa es cierta, a medida que adoptamos un enfoque más equilibrado y saludable en el ámbito alimentario, debemos exigir más transparencia en la investigación científica, debemos seguir aprendiendo sobre qué es realmente lo mejor para nuestra salud, y debemos realizar consideraciones más amplias y completas, comprendiendo cómo interactúan los diferentes nutrientes en nuestro organismo y el papel que juegan en nuestra salud.
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