Una nueva investigación realizada por expertos del Instituto Zuckerman de la Universidad de Columbia (Estados Unidos) ha descubierto una nueva vía de comunicación intestino-cerebro que promueve la ingesta de alimentos grasos. Los investigadores explican que la comunicación de la lengua al cerebro permite identificar los sabores y, por tanto, lo que nos gusta, pero hay otra segunda vía de comunicación en la que el intestino le dice al cerebro lo que quiere y necesita.
Ciertas células del intestino detectan la presencia de grasa y pueden comunicar directamente con regiones cerebrales para que sigamos comiendo, por lo que se trata de otra vía clave que impulsa el apetito por los alimentos grasos. Lo cierto es que existen diferentes mecanismos en nuestro organismo que se activan ante la ingesta de alimentos grasos, receptores del gusto, hormonas intestinales y grupos de células que envían señales al nervio vago, uno de los principales nervios del sistema nervioso, también conocido como nervio neumogástrico.
La preferencia por alimentos ricos en grasas y calorías es el resultado de la evolución, nuestro organismo está preparado para comer en exceso cuando se tiene oportunidad, pero es un vestigio de la evolución que juega una mala pasada y que hoy en día no tiene razón de ser por el acceso que tenemos a los alimentos, y es, en parte, la razón de que estos impulsos animales presentes en el ser humano deriven en sobrepeso, obesidad y diferentes enfermedades metabólicas.
En la investigación realizada con roedores de laboratorio, los investigadores querían averiguar cómo responden a las dietas ricas en grasas, para ello, se ofreció a los ratones bebederos con agua que contenía grasas disueltas, y agua con sustancias dulces que se sabe que no afectan al intestino, pero que en principio resultan atractivas para los animales. Al parecer, los ratones desarrollaron una fuerte preferencia por el agua rica en grasas, incluso cuando fueron modificados genéticamente para evitar que pudieran detectar la grasa con la lengua.
A pesar de que los ratones no podían saborear la grasa, se sentían impulsados a consumir el agua con grasas, esto llevó a la conclusión de que algo debía estar activando los circuitos cerebrales específicos que impulsan la respuesta conductual de los animales a la grasa, por lo que el siguiente paso era buscar cuál era la vía de comunicación. Los expertos limitaron la actividad cerebral de los roedores mientras se les proporcionaban grasas, monitoreando el cerebro detectaron que las neuronas del núcleo caudal del tracto solitario (estructura cerebral que se localiza en la porción caudal del bulbo raquídeo) estaban activas.
En este estudio publicado hace un par de años en la revista científica Nature, se pone de manifiesto la presencia de una vía de comunicación entre el intestino y el cerebro acerca de la presencia de azúcar, lo que indicaba que el intestino podía controlar lo que comemos de una forma más directa de lo que se creía hasta el momento, por tanto, se podía deducir que lo mismo podría ocurrir con la grasa. En este nuevo trabajo que se basa en los descubrimientos realizados anteriormente, se ha demostrado que es así y que los intestinos juegan un papel importante en la respuesta a la ingesta de alimentos grasos.
Los expertos descubrieron que las comunicaciones se realizaban con el núcleo caudal del tracto solitario, las neuronas presentes en el nervio vago estaban activas cuando los roedores tenían grasas en los intestinos. Tras encontrar el mecanismo biológico subyacente a la preferencia de los roedores por la grasa (recordemos que los receptores de la lengua estaban silenciados), los investigadores procedieron a investigar los intestinos, descubriendo que dos grupos de células que recubren la pared intestinal enviaban señales a las neuronas vagales en respuesta a la grasa que detectaban. Los expertos explican que un grupo de células actúa como un sensor general de nutrientes esenciales, respondiendo ante la presencia de grasas, azúcares y aminoácidos, el otro grupo de células sólo responde a la presencia de grasas, lo que podría ayudar al cerebro a diferenciar las grasas de otras sustancias presentes en el intestino.
Tras constatar la vía de comunicación entre el intestino, el nervio vago y el cerebro, el siguiente paso era determinar su importancia en el control del apetito por la grasa, para ello utilizaron un fármaco que bloqueó las señales que enviaban los grupos de células intestinales al nervio vago. Se realizaron otros experimentos, como bloquear la actividad neuronal y bloquear la comunicación del nervio vago, en ambos casos el resultado fue el mismo, se perdió el apetito por la grasa, constatando la importancia que tenía esta vía de comunicación.
Los resultados de este estudio son muy interesantes, ya que se podrían desarrollar tratamientos específicos para controlar ese deseo por las grasas y, por tanto, la ingesta de alimentos calóricos, ayudando a combatir problemas como el sobrepeso y la obesidad. Evidentemente, estos resultados se han obtenido con un modelo animal, y aunque se cree que se produciría el mismo mecanismo en nuestro organismo, sería interesante replicar el mismo trabajo en seres humanos para ratificarlos.
Podéis conocer todos los detalles de la investigación a través de este artículo publicado en la página del Instituto Zuckerman, y en este otro publicado en la revista científica Nature.
Foto 1 | Katherine Lim