En las últimas décadas la seguridad alimentaria ha sido objeto de creciente atención y preocupación a nivel mundial, en este sentido, uno de los temas que ha llamado especialmente la atención es la contaminación de los cultivos por metales pesados. Este problema no sólo afecta a la calidad de los alimentos, también plantea riesgos significativos para la salud de los consumidores.
Tras conocer que el Sistema de Alerta Rápida para Alimentos y Piensos (RASFF) emitió alarmas sobre la detección de niveles elevados de cadmio en tomates procedentes de Bosnia y Herzegovina, y también en tomates cherry procedentes de Italia, estas notificaciones conducen a una reflexión más profunda sobre la vulnerabilidad de los cultivos, por lo que se puede pensar que actualmente los metales pesados son un riesgo emergente en los cultivos de tomates.
Anteriormente hemos explicado que los metales pesados son elementos químicos que poseen una densidad relativamente alta, siendo tóxicos incluso en pequeñas concentraciones. Recordemos que la clasificación de los metales pesados incluye, entre otros, el plomo (Pb), el mercurio (Hg), el cadmio (Cd), el arsénico (As), el cromo (Cr), el níquel (Ni), el zinc (Zn) y el cobre (Cu). La toxicidad de estos metales y su capacidad para acumularse en el organismo, los convierten en un tema de gran preocupación para los sistemas agrícolas y de salud pública, y así lo hemos reflejado a lo largo de los años a través de diferentes artículos.
Fuentes de la contaminación de metales pesados en los alimentos
La contaminación por metales pesados proviene de diferentes fuentes, las actividades industriales, la minería, el uso de fertilizantes y la contaminación del aire y el agua son algunas de esas fuentes. El plomo y el cadmio son metales particularmente destacados debido a sus efectos dañinos en la salud humana, por lo que se han convertido en elementos críticos cuyos niveles deben ser vigilados en la agricultura y en los alimentos que consumimos.
Es por ello que a medida que ha aumentado la conciencia sobre los riesgos y peligros de estos elementos, la regulación de los metales pesados en los alimentos ha cambiado a lo largo de los años. En las décadas de 1980 y 1990, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) comenzaron a formular recomendaciones sobre los límites máximos permitidos de metales pesados en los alimentos, y en especial sobre la presencia de cadmio y plomo en los alimentos, debido a su alta toxicidad.
Con el paso de los años, la legislación se fue volviendo más estricta. A partir del año 2000 muchos países comenzaron a establecer límites máximos de residuos (LMR) para diversos metales pesados en los alimentos. Por su parte, la Unión Europea implementó una serie de regulaciones específicas para controlar la presencia de los metales pesados en productos alimenticios. En el año 2021 se revisaron y actualizaron estos límites con la intención de ofrecer una mayor protección, siendo un claro ejemplo de que el conocimiento sobre los efectos de la exposición a estos elementos había evolucionado. Lo cierto es que un marco regulatorio es vital para proteger a los consumidores y también para fomentar unas prácticas agrícolas más seguras y responsables.
Los efectos de los metales pesados en la salud humana son varios y en la mayoría de casos son severos. Por ejemplo, la exposición a largo plazo al cadmio, puede provocar daños renales, hipertensión y problemas óseos como la osteoporosis. También hay que destacar que este metal ha sido relacionado con el desarrollo de ciertos tipos de cáncer, lo que lo convierte en un elemento con un elevado grado de peligrosidad.
El plomo es conocido por su impacto negativo en el sistema nervioso, y especialmente en los menores, pudiendo provocarles daños cerebrales y problemas de desarrollo, y en los adultos, la exposición al plomo se ha asociado con trastornos cardiovasculares e hipertensión. El mercurio es especialmente dañino para el sistema nervioso, la exposición a este elemento puede causar daños cerebrales significativos, además de ser un riesgo considerable para el desarrollo neurológico de los fetos y los niños pequeños. El arsénico es otro contaminante peligroso, una exposición crónica a este metal se ha vinculado a problemas cardiovasculares y a diversos tipos de cáncer.
Volviendo al tema de la contaminación de tomates con cadmio, este hecho no hace más que destacar la vulnerabilidad del cultivo ante los metales pesados. ¿Cómo se han contaminado? Las fuentes de esta contaminación son diversas, un suelo contaminado que en muchas ocasiones es el resultado de actividades industriales, el uso de fertilizantes que pueden contener trazas de metales pesados y que favorece su acumulación en las plantas, el riego con agua contaminada que procede de fuentes industriales o aguas residuales, y en este sentido hay que destacar que los eventos climáticos extremos como inundaciones, puedan redistribuir metales pesados en el medio ambiente y por tanto, aumentar la exposición de los cultivos a estos elementos. El aire es otra vía de contaminación, sobre todo por las emisiones de vehículos y fábricas que pueden depositar metales pesados en los alimentos en producción.
A todo esto hay que añadir que el fraude en el etiquetado de los productos alimenticios es una cuestión que complica la contaminación por metales, y es que en ocasiones, los tomates y otros productos agrícolas son etiquetados incorrectamente, lo que dificulta poder rastrear la fuente de la contaminación. Como ejemplo se puede citar que el pasado mes de agosto, se detectó un alto contenido de cadmio en partidas de pimientos supuestamente procedentes de Bosnia y Herzegovina, lo que generó preocupación sobre el origen de estos alimentos en el mercado.
Ante la creciente preocupación por la contaminación de metales pesados en diferentes cultivos terrestres como el cacao o marinos como las algas comestibles, es urgente implementar una serie de estrategias que reduzcan este riesgo. Un primer paso sería establecer un sistema de muestreo de forma regular y sistemática para detectar la presencia de metales pesados en productos agrícolas, lo que permitiría identificar, cuantificar y retirar los alimentos antes de que llegaran a los consumidores. Concienciar a los agricultores sobre los riesgos asociados a la contaminación por metales pesados es fundamental, por lo que brindar información sobre las mejores prácticas agrícolas para mitigar dichos riesgos, podría ayudar a prevenir en la medida de lo posible la contaminación desde su origen.
Según podemos leer aquí, estos recientes informes sobre la contaminación por cadmio en los tomates, muestra la necesidad de aumentar la vigilancia y el control de los metales pesados en el suministro de alimentos, y no importa si se trata de un problema emergente o del resultado de falta de información y malas prácticas agrícolas. La promoción de la colaboración internacional en la regulación de los niveles de metales pesados en los alimentos puede ser clave para abordar un problema que traspasa fronteras, algo complicado teniendo en cuenta que en algunos países las regulaciones son bastante precarias.
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