Desde hace algunos años hablamos de un problema global que plantea serios desafíos a la salud pública, nos referimos a la resistencia de las bacterias a los antibióticos. A medida que las bacterias evolucionan para resistir los efectos de los antibióticos, la eficacia de estos medicamentos se ve comprometida y no es sólo un problema que afecte directamente a las personas, también tiene un impacto significativo en la cadena alimentaria.
Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), la resistencia a los antibióticos es una de las principales amenazas para la salud global, estimando que cada año causa unos cinco millones de muertes, y que para el año 2050 esta cifra podría incrementarse al doble, aunque posiblemente esta previsión se quede corta. La resistencia antibiótica surge cuando las bacterias desarrollan la capacidad de resistir los efectos de los antibióticos que originalmente eran letales para su integridad.
Se trata de un proceso que se puede producir de forma natural a lo largo del tiempo, pero la sobreutilización e incorrecta administración de antibióticos provoca que este fenómeno se acelere. No hay que olvidar que las bacterias que han generado esa resistencia pueden transferir sus genes a otras bacterias, lo que deriva en una población bacteriana más fuerte y difícil de controlar.
Pero no sólo el uso de los antibióticos con fines no terapéuticos es la causa de que las bacterias generen resistencia, otro factor de riesgo es la contaminación ambiental. Los fármacos pueden ser liberados al medio ambiente a través de las aguas residuales o de los residuos agrícolas, por ejemplo, ayudando a que las bacterias desarrollen la resistencia. Pero lo cierto es que una de las principales fuentes de resistencia antibiótica en la cadena alimentaria es el uso extensivo de antibióticos en la agricultura, los fármacos se utilizan en la cría intensiva como prevención, para promover el crecimiento de los animales o compensar la mala crianza animal, es decir, no hay fines terapéuticos, esta situación favorece la creación de un entorno propicio para el desarrollo de bacterias resistentes que pueden acceder a la cadena alimentaria, sobre todo a través de productos lácteos y cárnicos afectando a la seguridad.
La resistencia de las bacterias a los antibióticos es un desafío emergente en la cadena alimentaria, ya que si se consumen alimentos contaminados con bacterias resistentes, se pueden contraer infecciones difíciles de tratar, que aumentan la morbimortalidad y los costes asociados con la atención médica. Pero esta propagación de la resistencia antibiótica a través de los alimentos tambien puede limitar las opciones de tratamiento para enfermedades comunes que a día de hoy no suponían un problema. De hecho, algunos de estos fármacos de uso extendido están perdiendo su eficacia y lo que antes tenía tratamiento, ahora no lo tiene.
Cierto es que en los últimos años se han producido algunos avances en la lucha contra la resistencia a los antibióticos, con el desarrollo de nuevas fórmulas que son eficaces contra estas nuevas bacterias resistentes, pero, ¿hasta cuándo? Porque podríamos decir que es el pez que se muerde la cola, el proceso de resistencia se iniciará de nuevo y se crearán súper bacterias a las que no se les podrá hacer frente.
Por tanto, una de las herramientas más eficaces hoy en día es la prevención a través de medidas efectivas, como reducir el uso innecesario de antibióticos en la agricultura, promover prácticas agrícolas sostenibles y fomentar la investigación de alternativas a los antibióticos en la crianza de animales. Por supuesto, es necesario mejorar la vigilancia y el control de la resistencia a estos fármacos en la producción de alimentos de terceros países, recordemos lo que ocurre en la India, donde la avicultura está creando peligrosas superbacterias.
Es muy necesaria la colaboración entre la industria alimentaria, los profesionales de la salud y los responsables políticos para abordar este peligroso desafío y así poder preservar la eficacia de estos medicamentos, proteger la salud de la población y la integridad de la cadena alimentaria. Un foco en el que hay que centrar la atención son los alimentos importados de terceros países, donde la legislación es débil y no hay medidas concretas contra el uso de antibióticos con fines no terapéuticos en la crianza animal.
Sorprende saber que a pesar de conocer el problema, en países como Estados Unidos el USDA (Departamento de Agricultura de Estados Unidos) proporciona consejos, pero no hay regulaciones y prohibiciones explícitas. En Europa existen regulaciones y restricciones en el uso de los antibióticos en la agricultura, pero a pesar de ello y según este informe del año pasado elaborado por el ECDC (Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades) y la EFSA (Agencia de Seguridad Alimentaria de la Unión Europea), la resistencia a los antibióticos de las bacterias transmitidas por los alimentos en la Unión Europea es elevado.
Hay que tener en cuenta que según una reciente investigación de la Facultad de Ciencias Agrícolas, del Consumidor y Ambientales (ACES) de la Universidad de Illinois Urbana-Champaign (Estados Unidos), existe una posible asociación entre la contaminación por microplásticos en los suelos agrícolas y la propagación de bacterias resistentes a los antibióticos, si esto se confirma, será necesario que las agencias reguladoras tomen cartas en el asunto.
Foto 1 | K-State